Capítulo 25: Caleidoscopio

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Desperté en mi cuarto. Mejor dicho, en el cuarto de la Eva de veinte años. Mi hermano Sergio me había trasladado desde los viñedos hasta aquí. No sé si con ayuda o no de alguien. El caso es, que abrí los ojos y estaba allí tumbada. Mi viejo escritorio. Mi armario empotrado de madera oscura. El corcho en el que tenía colocado mil papeles, muchos de ellos ya habían perdido el color de la tinta negra. Miré hacia mi cuerpo y todo él estaba posado sobre la colcha blanca de mi cama. Sentí la boca seca y áspera. Parpadeé un par de veces. Centré mi vista en la pared de gotelé beige y agudicé mi oído. Las voces que escuchaba pertenecían a fuera de la habitación. Logré distinguir la voz grave de Sergio y el tono preocupado de mi madre. Pero había más... Había alguien más a quien mi madre le estaba hablando.

—¿Sergio? —Logré preguntar una vez me incorporé en la cama.

Por la puerta apareció la cabeza de mi hermano, seguida de la de mi madre, y, al fondo, el rostro oscurecido por las sombras de Javier.

—¿Estás bien? —Preguntó mi hermano acercándose hasta la cama.

Sergio se colocó de pie en el lado derecho. Mi madre se sentó a los pies de la cama. Javier se posicionó de pie junto a Sergio.

—Estoy. No... no sé qué ha pasado. —Sabía perfectamente qué me había ocurrido antes. Yo estaba en los viñedos, hablando con Sergio, cuando él me comunicó la fatal noticia.

—Te has desmayado. Por el calor —afirmó mi hermano delante de Sergio.

—Sergio y yo te subimos hasta la casa —explicó Javier.

—¿Tú...?, ¿tú también estabas? —Fruncí el ceño y traté de recordar.

Podía reproducir toda la conversación con Sergio, pero era incapaz de saber si Javier también estuvo allí. Deseé que no. Deseé que no hubiese escuchado aquella conversación, que no estuviese detrás de mí por algún error o que no hubiese llegado justo en ese momento.

—Estaba en la otra esquina de los viñedos. Cuando te desmayaste, Sergio te cogió y gritó tu nombre. Así que todos los trabajadores fuimos a socorrerte. Llamé a la médico. Está por llegar.

Asentí ante las palabras de Javier y miré a mi madre: callada y sentada en el final de la cama.

—No hace falta médicos. Estoy perfecta.

Me incorporé, levantándome más aún que antes, y un dolor enorme me invadió la cabeza. Coloqué mi mano derecha sobre mi sien y lancé un pequeño quejido adolorido.

—Marta... Marta... Echa el cuerpo hacia atrás. Tienes que descansar. Hace tan solo veinte minutos que te has desmayado.

Desde la planta baja se escucharon varios sonidos. Alguien estaba preguntando por mí, pero no lograba distinguir con claridad quién era. Me dolía demasiado la cabeza y decidí hacerle caso a Javier y tumbarme hasta posar mi cabeza en la almohada.

—Voy a... Voy... abajo. —Terminó de decir mi madre.

—Te acompaño.

Sergio la siguió comedido. Aunque mi madre parecía tener bastante prisa por frenar a la persona que intentaba subir desesperadamente las escaleras.

—¿Quién es? —pregunté dudosa.

Javier se sentó a mi lado y colocó su mano sobre la mía, tapando la zona en la que yo sentía padecer aquel dolor en forma de pinchazo profundo hasta mi cerebro.

—Es David. El padre de Sergio. Ha subido un poco asustado, parece ser. Se escuchaba preguntar por qué había pasado.

—¿No le han dejado subir? —cuestioné.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now