Capítulo 19: No nos dejes

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Alejo continuó en aquella postura con los brazos sobre la encimera, pero sacó su cabeza de entre medio de sus brazos. Yo continué mirándole, esperando nuevamente una respuesta. Tragué saliva y Alejo respiraba profundo. No sabía cómo hacer que aquello resurgiese otra vez, que se sintiese presionado hasta verse obligado a contestar, así que volví a preguntarlo:

—¿Por qué no puedes, Alejo? —Me puse más seria de lo normal y, deshaciendo el nudo de mis brazos bajo mi pecho, solté el canapé que aún no había comido para colocarme con el cuerpo frente a él.

—No puedo contártelo. —Negaba con la cabeza.

—Lo de la confianza y la sinceridad... Bien, ¿no? —Me quité de la postura erguida y quieta que tenía y di varios pasos al rededor de la isla para ir al salón.

—Eva —dijo él mientras daba dos pasos grandes hacia mí y sostenía mi brazo—, no puedo contártelo, pero eso no significa que no puedas confiar en mí o que en nuestra re... —Hubo un silencio—. O que, en lo que sea esto, no haya sinceridad.

—¿Confiarías tú en alguien que no confía en ti?

Por un momento se quedaron sus ojos clavados en los míos mientras sostenía con fuerza mi brazo y lo levantaba. Ambos estábamos de perfil respecto al resto de las personas del salón. Yo tuve que elevar mi cabeza para mantener la presión de las miradas ya que él era varios centímetros más alto que yo.

—Eva... —Alejo susurró para que nadie lo escuchase.

Había demasiada gente en el salón para aquello. Siguió con mi brazo entre sus dedos y nos movió unos pasos a la derecha para alejarnos del arco de la puerta. Negó levemente con la cabeza y cogió aire para decir sus palabras.

—Hace un tiempo, hace muchísimo tiempo, me acosté con ella —pronunció mientras soltaba mi mano por completo. Su mirada se quedó unos segundos fija con mis ojos como objetivo para luego retirarla y mirar al suelo.

—¡Vaya! —dije bajito—. El señor de la Edad de Piedra va a resultar que no es tan de esa edad. —Sonreí amplia.

Sonreí, pero me entraron ganas de hundir su cabeza contra la robusta piedra del suelo de mi casa. ¿Tenía algún motivo para sacar esa rabia? No. Ninguno. Yo nunca fui una persona celosa. Y, además, ¿cómo iba a ser celosa con Alejo? Yo misma le había negado una relación. Yo misma le había dicho que pretendía recuperar a mi ex-prometido. Pero... ¿tenia que ser con Laia? Jamás pensé que diez años después me molestaría tanto escuchar el nombre de la que en su día fue una de mis mejores amigas.

Lancé un quejido amplio luego de imaginarles así. Sacudí la cabeza y por unos segundos casi quise llorar. No lo hice. Sin embargo, mis ojos se tornaron más brillantes y noté ese nudo en la garganta que uno siente cuando aguanta en su interior un montón de palabras que quiere decir. Alejo no contestó a mi frase. Me miró una vez más a la cara y se quedó inmóvil, posiblemente esperando una respuesta más exacta por mi parte.

—La noche que la vi en el portal... Cuando la vi acababas... de...

—No. No. No es así.

—¿No es así? Dime que Laia no venía de verte. Dime que no me mentiste cuando te lo pregunté.

Alejo no respondió y movió sus manos de un lado al otro de la habitación. Abría la boca pretendiendo decir algo, pero no terminaba de hacerlo. Asentí varias veces y decidí dar un paso hacia atrás para irme.

—Espera. —Volvió a sujetar mi brazo.

—Suéltame, Alejo —pronuncié con voz queda y la mandíbula pegada.

—Ven. —Alejo me arrastró más a la derecha hacia la despensa. Movió brevemente la cortina que la separaba de la cocina y entramos allí.

Seguí apretando la mandíbula casi sin poder evitarlo y él se colocó delante de mí. Mi espalda estaba colocada contra una de las repisas llenas de tarros de conservas y demás productos no perecederos. Respiré dos veces y mantuve la calma. No sabía si quería escuchar lo que tenía que decirme, pero mis pies eran incapaces de moverse. Así que me mantuve todo lo fría que pude.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now