Capítulo 22: Imágenes erróneas

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Al despertarme al día siguiente no recordaba cómo había logrado deshacerme de la ropa y meterme en la cama. No recordaba cómo fui capaz de llevar mi cuerpo desde el coche hasta la puerta de enterada. Una nebulosa se abría paso en mi memoria. Lo que sí recordaba con total lucidez era el acercamiento que Javier y yo tuvimos. Ese beso que nunca fue. Casi tuve la esperanza de que lograse reconocerme con aquel acto. Como si mi forma de besar jamás se le hubiese olvidado. Como si fuese capaz de saber que en realidad era yo solo por la textura de mis labios.

Cerré los ojos en la cama, respiré profundo y volví a abrirlos con suavidad. No quería borrar ese leve acercamiento que tuvimos. Pero a todo ello le seguía el beso entre Laia y Alejo y la posterior discusión y todo lo que mi hermano dijo. Desee que la fiesta no hubiese sucedido. Desee que Alejo no hubiese besado a Laia, desee no haberme acercado de esa manera a Javier y desee que Javier no me hubiese confesado que todo lo que estaba haciendo con las tierras era fruto de un amor o de un cariño que todavía parecía existir. Por desear, aquel día, llegué incluso a desear no haber vuelto.

Eran las doce de la mañana y pitaron en la puerta. Como siempre, esperaba que fuese Alejo, ya que en todo este tiempo había sido la única visita que solía tener. A excepción de aquella vez que a Felipe le dio por aparecer. Suspiré en un quejido leve. Si venía a cantarme las cuarentas, la llevaba clara conmigo. No pensaba dejarle pasar ninguna. Porque a mí a cabezona y orgullosa no me ganaba nadie. O eso creía yo... Abrí la puerta sin mirar. Lo esperaba. Esperaba a Alejo tras ella. Pero en su lugar estaba Javier.

—¿Javier? ¿Cómo... cómo es que estás aquí? —Fruncí el ceño con la puerta aún en mis manos.

—Sé que Alejo y tú sois vecinos. Y sé donde vive Alejo. No fue difícil encontrarte. ¿Puedo pasar? —preguntó luego de mirar hacia la puerta que correspondía a la vivienda de Alejo.

—Sí. Adelante. —Abrí el paso para que continuase—. ¿Quieres tomar algo? —Cerré la puerta.

—No, gracias. Solo he venido a hablar. —Un nudo se me hizo en el estómago y lo noté subiendo hasta llegar a mi garganta.

—Bien. —Asentí—. Entonces, toma asiento.

Javier movió sus ojos por todo el habitáculo. El piso no era demasiado amplio, así que con un simple vistazo ya podía ver toda la cocina y el salón.

—Me gusta tu casa. Es... acogedora. Bonitos cuadros —dijo finalmente señalándolos.

—Bueno... Me han dicho que estos son algo oscuros. Los bonitos los tengo guardados. —Me senté a su lado, bastante distanciada. Cerca del extremo contrario al suyo.

Sonrío a media hasta.

—Solo alguien como tú escondería los cuadros bonitos y mostraría a la luz los oscuros. —Posó su visión en mí.

—¿Alguien como yo?, ¿cómo es alguien como yo?

—Me refiero a... Quise decir alguien que se guarda lo mejor para sí misma, supongo.

—Gracias. —Le miré directamente a los ojos—. Supongo. —Añadí.

Javier carraspeó y yo me mantuve estirada e inquieta. Uno de los dos tenía que romper aquel silencio y a mí me pareció que si yo me mantenía hablando sería más sencillo de pasar el trámite.

—No hablemos de los cuadros. Dime por qué has venido. Dime qué quieres hablar. —Incliné mi cuerpo más hacia él.

—Seré claro, Marta. No me gusta andar con rodeos y quiero ser completamente sincero. —Se estiró y se incorporó en el sofá. Colocó sus codos en sus rodillas y resopló un poco—. Me gustaría que no comentaras lo que pasó anoche con nadie. No soy ese tipo de hombre. —No era ese tipo de hombre, pero realmente a mí me engañó con Laia y esta vez fue a Laia a quien la había engañado conmigo, en cierta forma.

Ante tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora