Capítulo 32: ¿Quién eres?

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Regresé a mi casa en un taxi que pude pedir a la salida de la estación de policías. Ni siquiera puedo recordar cómo fue el trayecto de vuelta. Por más que trato de hacerlo, no puedo saber cómo llegué hasta allí, cómo entré en mi piso, cómo llamé a Andrea y a Fernando, cómo les conté todo lo ocurrido ni cómo salí camino al hospital para ver a Laia después de la llamada de Javier. El único momento que tengo con bastante claridad dibujado en mi mente fue el instante en el que Alejo se montó en el asiento del copiloto una vez mi coche ya estaba en marcha. Solo soy capaz de recordar su olor intenso llenando todo mi coche. Como la madera. Como un bosque de pinos. Algo fuerte y suave a la vez. Como él. Como sus mentiras y sus caricias. Como las dos caras de la luna. Solo recuerdo su insistencia y mis fuerzas por echarlo de allí. La memoria a veces parece fallarme. Hay vacíos que no puedo llenar. ¿Cómo conduje hasta entrar en la carretera con él? ¿Llegó a ponerse el cinturón o no? ¿Lo hice yo? ¿Por qué aceleré tanto sabiendo todo lo que suponía aquello? Un accidente y todo habría terminado. Mi vida. La suya. La de la persona que portaba en mi vientre. Un pequeño despiste y posiblemente todo habría acabado allí. Realmente, todo acabó aquel día. Para mí fue como morir estando viva.

—Eva, joder. Frena. Por favor. Escúchame. —Alejo gritaba sin parar con su espalda pegada a la puerta del copiloto. Una de sus manos agarraba la espalda de mi asiento y la otra apretaba la parte delantera de salpicadero.

—No tengo nada que escucharte. Bájate del coche. —Casi supliqué.

—Escúchame. Escúchame. ¡Yo no te mentí! ¡No te mentí! Nada de esto ha sido mentira.

—¡Me mentiste! —Grité uniendo toda mi ira.

—¡No en que estoy enamorado de ti! ¡No en que siempre estaría a tu lado!

—¿Cómo puedes decir eso? ¡Te marchaste!

—Eva... Por favor. Para el coche. Te lo ruego. Es muy peligroso. Por favor. Párate y hablamos.

—¡Que no tengo nada que hablar! —Mi pie apretaba cada vez más el acelerador y por momentos sentía que era incapaz de controlar el coche.

—¡Eva! ¡Yo no me fui! ¡Me mandaron a la capital! ¡Me mandaron porque tenían sospechas de que estaba contigo! ¡Me querían sacar del caso! Después de lo que has dicho... Me han sacado definitivamente.

Mi cuerpo se paralizó unos segundos y mi cabeza se giró para mirarle. Aún tenía las manos en el volante, pero mis ojos se desviaron hasta Alejo. Entreabrí la boca sin saber bien qué decir. Alejo gritó para que mirase a la carretera, puso su mano derecha junto a la mía en el volante y lo desvió. Yo quité el pie del acelerador y regresé mi mirada al asfalto. Estacioné el coche en un pequeño trozo de tierra e hiervas cercano a la carretera. Respiré hondo y abrí la puerta del auto. Salí de allí con la mano en el pecho. Algo no iba bien. Algo no iba nada bien. Mi malestar se intensificó y cuando ya estaba bastante alejada del vehículo, apoyé mis manos sobre mis rodillas y vomité en las pequeñas piedras grises que tenía el lugar. Escuché la puerta del copiloto abrirse y las zancadas de Alejo sonar al mover las piedrecitas.

Mis manos se posaron sobre mi frente y las deslicé hasta masajearme el pelo y quitármelo de la cara. Tragué áspero, con sabor a hierro y me limpié la boca con la sangradura. Alejo llegó hasta mi altura. No se colocó al lado, pero sí algo cercano a mí. Seguí realizando ejercicios para respirar e intenté calmar mis pulsaciones. Sabía de sobra lo que estaba ocurriendo. Tanto estrés me estaba afectando al embarazo. Sentía unos mareos horribles y me posicioné de cuclillas sobre el suelo.

—¿Estás bien?

—Perfectamente. ¿No me ves? —rugí.

—¿Por qué contaste lo nuestro?, ¿por qué se lo has dicho?

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now