Capítulo 15: Uvas y quesos

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Aquella misma noche me arreglé para la cena. Iríamos los cinco. Alejo, Javier, Laia, mi hermano Sergio y yo. Me coloqué unas medias traslúcidas para dar mayor sensación de sedosidad. Introduje por mis piernas una falda de tubo negra y me coloqué una blusa de color zafiro a juego con unos zapatos que mezclaban su tonalidad con un plata oscuro. Me peiné el pelo un poco, creando unas leves ondas que acentuaban más el tono rubio de mi melena bob. Me miré al espejo y me quedé por varios segundos fijándome en cada vértice de mi rostro, en cada surco, en cada arruga, en cada poro... Mi cara se veía extraña cuando quería recordarme con aquella melena negra enorme. Cerré los ojos apretando los párpados, como si quisiera guardar aquel recuerdo un rato más en mi cabeza.

Llevaba años sin reconocerme cuando me estudiaba frente al espejo. Llevaba años siendo esta persona, que ahora era Marta. Sacudí la cabeza pensando que no sería buena idea ir a una cena de esa índole. Estaría rodeada de lobos. Al menos de dos: Laia y Javier. Estaba segura de que ambos estarían hambrientos de conocer mucha más información de mí. Me alegraba que Sergio pudiera estar allí. Me alegraba que Alejo también estuviese, aunque fuese de esa manera tan extraña. Al menos estaba empate el marcador: dos a favor y dos en contra. Eso, si Alejo no decidía pasarse al bando contrario. Eso, si mi hermano y yo lográbamos ser avispados con el tema.

Recogí el bolso del aparador junto a la puerta. Me visualicé de soslayo en un último intento por saber si tenía todo en su sitio. Abrí la puerta y salí intentando ser una nueva yo. Olvidándome de aquella Eva del pasado y queriendo ser Marta. La nueva Marta. La que era en la capital. La mujer que no se dejaba achantar, aquella que controlaba su vida de manera casi completa. ¿Qué me había pasado en esos primeros meses?, ¿cómo pude creerme o sentirme tan pequeña?, ¿era yo?, ¿mi familia?, ¿aquel pueblo que constantemente me recordaba lo doloroso que fue? O tal vez era que yo jamás sería capaz de olvidar todo lo ocurrido diez años atrás.

Me monté en el coche que estaba aparcado en la acera de enfrente del edificio. Atisbé levemente la ventana de la casa de Alejo. Estaba apagada. Seguramente había salido mucho antes que yo. No iba tarde a la cita, pero sabía que Alejo es un hombre más que puntual. Conduje hasta el pequeño bar en el que decidieron quedar: Uvas y quesos. Así se llamaba aquel pequeño antro del pueblo, casi el único lugar para comer que existía en él o que al menos existió una vez. Ahora todo se había vuelto mucho más moderno y contemporáneo. Ahora el pueblo no parecía tan anquilosado en la tradición como antes. Había más bares, comercios, entrenamiento... Hasta había restaurantes y algunos hoteles de arquitectura moderna que chocaban contra la piedra oscura de la muralla que acompañaba a este lugar.

Uvas y quesos. Solo de pensar en aquel lugar se me estremecía el cuerpo. Ya lo hizo cuando Sergio me confirmó el nombre y ahora que resonaba en mi cabeza aún más. Iría a aquel sitio. A cenar con mi hermano, con mi ligue, con mi ex prometido y con su nueva prometida. Zarandeé un poco la cabeza intentando quitar ese pensamiento. No quería meterme en el bucle del pasado, en pensar cómo la vida nos lleva siempre por senderos que aún parecen no caminados y cómo, finalmente, todo parecer tener final en el principio pasado. Un círculo infinito que andamos siempre para salir de un lugar al que acabaremos volviendo.

Aparqué el coche frente aquel establecimiento. A los turistas les gustan estas cosas. Lugares con historia. Lugares antiguos que nos recuerdan lo diminutos que somos frente al paso del tiempo. Visualicé las mesas desde la entrada y vi a Javier sentado a un lado en una mesa de cinco. Caminé hasta él seguida de un déjà vu que tomaba forma en mi cabeza.

—Buenas noches —saludé.

—Hola. —Sonrió Javier—. ¿Qué tal? Estás guapísima.

—Bien. Gracias. ¿Y tú?

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now