Capítulo 29: Rasgos semejantes

66 7 15
                                    

Quizás ir hasta la otra casa de Alejo acompañada por Javier no fue una de las mejores ideas. Sabía que le gustaba o tenía un leve conocimiento de que algo en su cabeza había cambiado desde que yo llegué allí. ¿El qué? No lo sé. Deseo. Recuerdos de un amor que tuvo y que perdió... ¿De verdad era incapaz de reconocerme? Conduje hasta el lugar con él de copiloto y su mirada perdida en el horizonte.

—¿No te sientes solo a veces? —pregunté.

—¿A qué te refieres?

—A cuando Laia se va. En esos días en los que está en la capital.

—Es trabajo. La entiendo y ya está.

—¿Estás seguro de que es solo trabajo?

—¿Marta? ¿A qué viene esa pregunta?

—Disculpa. No ha estado bien por mi parte preguntar eso.

—Por supuesto que es trabajo. Laia no me mentiría. La conozco muy bien.

—Yo es que creo que nunca conoceremos bien a una persona. Si ni siquiera a nosotros mismos.

—No tengo dudas con Laia, si es eso lo que preguntas. Siempre ha estado a mi lado. Desde jóvenes. No me cabe la menor duda de que ella siempre ha querido estar conmigo. Jamás me haría una cosa así.

—¿Siempre quiso estar contigo? —Fruncí el ceño y avancé en la carretera, sabiendo que pronto llegaríamos al destino.

—Sí. De jóvenes lo insinuó varias veces.

—¿Mientras tú estabas con tu otra novia?

No pronunció palabra, solo asintió.

—¿Se lo dijiste a ella? ¿Le dijiste que había otra mujer?

—No había otra mujer. Solo era Laia. Laia intentando tener lo que quería. Sin más.

—«Intentando tener lo que quería» es una definición de futura mujer un tanto... extraña.

—Es insistente con aquello que quiere conseguir.

—Y te acabó consiguiendo.

—No fue así. Tan fácil. —Sus ojos se clavaron en los míos y yo aparqué el coche cerca de la zona residencial en la que me indicó—. Yo... No fue hasta que perdí a Eva. Incluso mucho después. Antes que con ella estuve con Rebeca, amiga de Eva, y con Gisela, una compañera del instituto. Laia fue... Ella es...

—Tu última opción. ¿No había más mujeres en el pueblo? —Me quité el cinturón y le miré de frente.

—¿Por qué te cae tan mal Laia? Ni siquiera la conoces.

—No me cae mal. Vine a este pueblo con todo ya hecho. Solo trato de entenderos. De entenderte, en este momento concreto. ¿Por qué elegiste a Laia al final? Si... según tú no la querías al principio.

Colocó su mano sobre el puente de la nariz y se masajeó. Quitó su vista de mí y suspiró amplio.

—Que Eva se fuese es lo peor que me pudo pasar. No creo que logre perdonárselo nunca a la vida. Todo cayó con ella. Todo se hundió de una manera... Fueron meses, años, horribles. Primero acusado de su desaparición, luego de su posible muerte... Intento rehacer mi vida. Fue con Rebeca, sí. Con una de sus mejores amigas, lo admito. ¿Me gustaba Rebeca mientras estuve con Eva? No. No me gustaba. Yo siempre he estado enamorado de Eva, Marta. Siempre. Y no he dejado de estarlo en todo estos años. La vida a veces te obliga a eso. ¿Me habría fijado en Rebeca o en Gisela o en Laia si Eva siguiese aquí? La respuesta es no. Nunca. Pero ellas fueron mi círculo cercano y una a una... Una a una fueron cayendo. Durante años me creí toda la mierda que decía este pueblo: hechizos, maldiciones, mala suerte, asesino... —Me miró—. Fue Laia la única que me mantuvo aquí. Si no fuese por ella, hace mucho tiempo que me habría ido de este mísero lugar.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now