Capítulo 23: Todos mis hijos

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Lo que Alejo acababa de saber de mí en aquel entonces le costaría superarlo. Los engaños son así: dolorosos a más no poder. Se meten en tu cuerpo y en tu mente. Y lo peor es que se convierten en parásitos que no te dejan continuar ni perdonar. Así es el error, así es el odio, así es la mentira: una enfermedad que se propaga sin que te des cuenta, un mal sueño de que no puedes despertar.

Traté de no darle más importancia al tema de la que tenía. Aún poseía de tiempo. Javier y Laia se casarían exactamente en dos meses y eso me daría bastante margen. O eso creí. Cuando me desperté al día siguiente, sentí una necesidad incontrolable de conocer la verdad. Mi prioridad iba a ser mi hijo. Encontrarle y verle, aunque fuese de lejos. Hablar con él si tenía la posibilidad y reclamar los derechos que un día perdí. Entonces, recordé quién podía ayudarme.

—¿Por qué me has citado aquí un domingo? —sonaba disconforme.

—¿Este no es el colegio donde trabajas? —Señalé mientras arrugaba los ojos.

—Sí. ¿Qué ocurre?

—Necesito que me ayudes, Andrea. Necesito tener una lista de los niños que tienen diez años de este pueblo —expresé sin titubear.

—¿Para qué la quieres? —Frunció el ceño—. Eva... Yo no puedo darte eso. Es información privada.

—Andrea, te lo pido. Es... muy urgente. Es mejor que no preguntes. Y sobre todo, que no le digas a ninguno de mis hermanos lo que te he pedido.

—¿Ni si quiera a Felipe? —preguntó asustada.

—A él, al que menos.

—Eva, no puedo ocultarle cosas a tu hermano. No quiero que crea que voy en su contra.

—No tienes que ocultar nada. Solo, olvídate de esto. Necesito la lista de los niños y niñas que cumplen diez años en este curso y su información.

Andrea me fotocopió la lista de todos los niños que estaban matriculados en el colegio y que tenían diez años. Además, me entregó información de todos ellos: su fecha de nacimiento, el nombre de sus padres, su dirección... Era ilegal. Completamente ilegal, pero supongo que yo ya había hecho demasiadas cosas ilegales como para tener miedo a una más. Andrea era una mujer fuerte, así que no tuvo miramientos en realizar lo que le pedí. Quedamos en que este sería un secreto que ambas guardaríamos para el resto de nuestras vidas, ya que nos convenía así.

No quise decirle que no necesitaba la información de las niñas. Porque entonces habría preguntado más. La gran mayoría eran chicas, por tanto, eso me agilizó el papeleo. Mi bebé fue un niño. Un pequeño niño con la cara regordeta y con algo de pelo. Me di cuenta de que estaba sonriendo al pensar en aquella imagen. Sacudí la cabeza, esperando sacudir también mis pensamientos. Revisé las fechas de nacimiento de todos los niños de la lista. Mi hijo nació el 24 de marzo. Suponiendo que no cambiaron la fecha los padres que le adoptaron, había tres. Tres niños que nacieron el mismo día y el mismo año que mi hijo.

Miguel Delgado Fernández.

Cristian Durán de Silva.

Antonio Herrero Gil.

Tenía sus direcciones y sus números de teléfono. Sopesé muy bien cómo lo haría, pero no encontré una manera que no fuese una locura. Prefería ir en persona con alguna excusa y verle. Sentía que si les veía, lograría identificar quién sería mi hijo. Revisando una de las direcciones me di cuenta de algo: mi hijo podría haber estado más cerca de mí de lo que yo pensaba.

Coloqué las manos sobre mi cabeza y me volví loca. No había forma humana de hacer esto sola o de hacerlo de una manera que no fuese entrar con espada y escudo a cada una de las casas. Pensé que recurrir a algo de ayuda otra vez, no me haría mal.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now