Capítulo 10: Miedos y otras miserias

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Alejo siguió inmóvil ante su pregunta, esperando mi respuesta. La medité largo y tendido, aunque eso solo supusieran unos segundos en la realidad. Sabía que aquel tiempo no había sido el único en el que lo había estado pensando. ¿Estar con Alejo o no estarlo?, ¿darle una oportunidad?, ¿cambiar mis planes? No estaba segura de que aquel rumbo fuese el deseado del todo, pero imagino que uno nunca está seguro de nada que tenga que hacer por primera vez.

—Nada. Todo está bien. Todo está bien —repetí para él y también para mí.

Para convencerme de que aquello era lo que deseaba en ese momento. Para persuadirme de que aquello era una buena decisión. Para inclinar la balanza un poco hacia Alejo, que se lo había ganado con creces. Para demostrarme que yo también podía esperar de un hombre algo mucho más allá del sexo. Algo que fuese más íntimo. Algo que más tarde desembocaría en un millón de problemas.

Alejo entrelazaba sus pies con los míos. Se colocaba encima de mí mientras me agarraba con fuerza las manos, las colocaba contra la almohada y me impedía la completa movilidad de ellas. Y todo lo hacía por explorarme al completo. Por no dejar que yo le tocase ni un solo centímetro de su cuerpo. Él bajaba y subía besando mi boca, mi cuello, entre mi pechos y hasta mi ombligo. Nos deshicimos de la ropa restante. La situación subió de tono, de calor y de todo aquello que pudiese subirse. Llegó un momento en el cual no diferenciaba quién era el que gemía más alto y juro que ambos olvidamos que vivíamos en un piso antiguo donde las paredes más que ser de papel de folio eran de papel vegetal. Allí todo se veía y todo se oía.

No tuve miedo de entregarme a Alejo carnalmente. No me asusté ni me achanté de tenerlo colocado entre mis piernas. Me sentí, paradójicamente, en paz. Sus besos, sus tocamientos, sus caricias... Todo en él resultaba perfecto. Tan perfecto que a veces te hace dudar. ¿Cómo llegó Alejo a mi vida?, ¿cómo le dejé entrar en ella de manera tan repentina? No tenía respuestas a tales preguntas. Sobre todo porque el deseo y el placer son sentimientos que nublan la razón.

Lo que sentí aquel día llegó a profundizarse más en mi interior y eso no solo asusta. Eso hace disparar todas las alarmas y el sistema de seguridad que yo misma me había impuesto. Alejo se había posicionado en un nivel difícil de superar. Ya no solo se trataba de la forma, eran las maneras. Si en el día a día lográbamos compenetrarnos, en la cama aquella compenetración pasaba a niveles superiores.

Alejo era un hombre que podía excitar a cualquiera solo con respirar. Pasar más de cinco minutos mirándole fijamente a la cara resultaba casi declarar una guerra sexual. Yo eso lo sabía perfectamente y descuadraba todos mis planes. Lo bueno es que, aquella cama, aquel día, dejó de sentirse sola. Y puede que el resto de personas continuasen normal, que la única luz que había fuese la de las farolas, que las nubes no cesasen, que las aves no dejasen su vuelo, que nadie se parase a pensar lo que estaba sucediendo tras aquella ventana y puede que todo siguiese igual. Pero para nosotros había cambiado.

Me hizo sentir como hacía años no me sentía con alguien en un momento tan íntimo. Aquello resultaba tan fácil: sin esfuerzos, sin prisas... Me gustaba cuando él colocaba sus brazos en mi espalda y yo abrazaba su cuerpo con mis piernas. Era la primera vez que no hablaba con él y sin embargo seguía sonriendo. Los dos sonreíamos. Supongo que lo hacíamos porque ambos estábamos pensando lo mismo: ¿cómo pudimos haber aguantado tanto?, ¿cómo pudimos postergar un deseo tan carnal por tanto tiempo?

Los muelles de la cama comenzaron a sonar cada vez con más fuerza, al compás de nuestros gemidos. La respiración se ahogaba por momentos y cada vez resultaba más complicado mantener la fuerza. Cada vez se volvía más difícil mantenernos sobre nuestros músculos y así hasta unirnos por completo. Así hasta acabar completamente tumbados en la cama, exhaustos.

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