Capítulo 34: Yo también

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No esperé en aquel momento y, quizás, sigo sin esperar ahora que ninguno de ellos me tenga estima. Para bien o para mal, acabé con la vida que conocían y con la tranquilidad que algún día creyeron tener. Supongo que es triste no saber hacia dónde vas o de dónde vienes. Sin embargo, tal vez, sea más triste que todo aquello que una vez creíste saber se desmorone por momentos. Nosotros, todos ellos y yo, estábamos en un edificio que estaba siendo demolido. No podíamos escapar de él. No podíamos parar el derrumbe. No podíamos gritar, no importaba. No había nadie que nos fuese a ayudar ya en ese punto. Posiblemente, solo quedaba la resignación y acostar nuestros cuerpos antes de que los escombros llegasen a nosotros. Eso fue lo que hice. Amortiguar la caída, tumbándome ya en el suelo, con la esperanza de que sirviese de algo.

Javier entró a la habitación del hospital en la que me encontraba, luego de que yo le llamase y después de que Felipe y Andrea se marchasen. A ellos no pude contarles lo que había ocurrido con Sergio. No pude contarles lo que ya Martín me había confesado. Me negué en rotundo a la visita de mis padres. No iba a expresar mis motivos allí. Mi padre no tenía culpa, pero si querían entrar ambos, no permitiría que mi madre lo hiciese. Suena extraño. Sonó extraño. Negar a mi madre. Mi madre, la persona con la que había soñado reencontrarme por tantos años. ¿Puede la vida cambiar tan drásticamente? Imagino que sí. ¿No había aprendido ya con ello? Parece que todas las palabras que Martín me había confesado se habían esfumado de mi cabeza. ¿Cómo no? Estaba saturada. Me fui de aquel pueblo por una equivocación. Un error. Un error que pertenecía a la creación de Laia y un error en el que también estaba metido Martín.

Descansar sobre los lugares más fríos del planeta parece cosa pequeña comparado con mantener tu cuerpo entre las sábanas frías y duras de un hospital. No creo que ese fuese el detonante de que mi cuerpo estuviese a una temperatura tan baja. Ni creo que eso fuese el causante de que mi corazón se fuese helando por momentos. Parada, mirando al vacío, en aquella habitación me di cuenta que hay elementos de la vida del ser humano que cree saber con total lealtad. Nada más lejos de la realidad. Todo puede ser distinto. Todo puede moverse, tergiversarse, relativizarse... Por momentos me parecía absurdo creer que aquello fuese una realidad tangible y no un mal sueño del que pudiese desear despertar.

La puerta de la habitación se abrió y la imagen de Javier apareció tras ella. Alto, esbelto e impoluto. Era un hombre sumamente atractivo. Casi me pareció lógico que pudiese atraerme todavía en ese entonces. ¿Estaba enamorada de él?, ¿lo estaba él de mí como dijo Sergio? Su beso parecía corroborar aquellas palabras. Pero, ¿qué haría yo si él supiese de verdad mi realidad?, ¿y qué haría él? ¿Me amaría?, ¿podría perdonarme, a mí o a Eva?

—¿Cómo estás? No puedo creer lo que ha pasado. De verdad que no puedo creer que os hayan atacado.

—Estoy bien, tranquilo. ¿Has visto a Laia?

—Sí. Vengo de allí. —Sus ojos se clavaron en los míos.

—¿Cómo está ella? —pregunté algo asustada.

—Bien. A vuelto en sí, que es lo que importa. He hablado con la policía. Han abierto una investigación y pronto me dirán las causas de lo ocurrido.

—Bien. —Asentí nerviosa. Su mirada atravesaba mi alma, como si ya me leyese por dentro. Como si ya pudiese saber lo que iba a confesar. ¿Es posible eso? ¿Es posible que una persona me conociese tanto o solo era yo y mis paranoias?

—Te llevaron detenida a la comisaría. —Hizo una pausa que detonó mi corazón tras aquella afirmación—. ¿Puedo saber por qué? —Su cuerpo se estiró algo y se sentó a los pies de la cama.

—Yo... Yo estaba... O sea, yo estaba consciente. Entonces, me llevaron para declarar lo ocurrido. Conté lo que vi.

—¿Y qué viste? —cuestionó dudoso.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now