Capítulo 4: Humanum est

175 31 1
                                    

Siempre había creído que es complicado que la misma piedra se cruce dos veces en el camino de una persona, pero dicen que el ser humano es el único capaz de tropezar dos veces con ella. Siempre lo había creído, hasta que fui yo la que cayó dos veces de bruces contra el suelo en el mismo lugar. Errar es de humanos. Errar dos veces en lo mismo, de gilipollas. Supongo. Había vuelto a mi pueblo para desenroscar la cuerda que llevaba atada, y que me impedía respirar durante años. Había vuelto para liberarme. Sin embargo, yo misma me estaba liando la soga al cuello.

Los errores del pasado son, entonces, el caldo de cultivo de los errores del presente. Y, tal vez, los errores de ahora nos lleven a los errores del futuro. El ser humano es el único animal que puede tropezar dos veces con la misma piedra, dicen. O tal vez, la piedra es el único objeto capaz de alcanzar al mismo hombre dos veces en la vida.

—¿Dónde has estado? —preguntó mi hermano sentado en el hall de la entrada al verme llegar.

—He dado una vuelta con Andrea. Hablando de diversas cosas de Felipe y eso.

Asintió un par de veces, mientras yo dejaba su imagen atrás y me dirigía hacia las escaleras.

—Eva, tú nunca me mentirías, ¿verdad?

—¿Por qué me preguntas eso? —cuestioné después de girarme para ver su rostro.

—Solo quería estar seguro de que aún confías en mí. No me gustaría que te equivocases y cometieses un error. ¿Entiendes?

Le sonreí y subí las escaleras rumbo hacia mi cuarto. Era evidente que Sergio sabía que mi paseo con Andrea no se limitaba a eso. Lo que me preocupaba de él es que comenzaba a comportarse de una forma extraña, como si quisiese tenerme bien atada, cerca suya, que él pudiese controlar mis pasos. Nunca había tenido una sensación tan agobiante como la que sus preguntas me hicieron sentir aquel día. Creí que la conversación se había quedado ahí. Que me había salvado de su furia y sus cuestiones, pero Sergio siguió mis pasos y continuó preguntándome esta vez en el cuarto.

—¿Dónde has estado? —sonó más tajante.

—Ya he respondido a esa pregunta.

—A lo mejor el resto te creen, pero yo no, Eva. Has ido a ver a Javier, ¿verdad?

—He estado de compras con Andrea —pronuncié lo primero que pasó por mi mente.

—¿Y qué habéis comprado? No te veo bolsas —preguntó sonriente, como si supiese que ya no tenía escapatoria.

—Tengo treinta años. Suficientes como para saber qué debo hacer en mi vida. ¿Entiendes, Sergio? No me gusta el tono que estás utilizando, ni tu interrogatorio, ni tus maneras.

—¿Y desde cuándo lo haces con Andrea? Hasta donde yo sé, he participado contigo desde el principio. ¡O a lo mejor era Andrea la que se deslomaba para pasarte dinero todos los meses para que no te faltase de nada!

—Si llego a saber que diez años después me lo ibas a echar en cara, habría preferido morirme de hambre. —Elevé aún más el tono.

—No te estoy echando nada en cara, solo quiero que cuentes conmigo. Soy yo quien estoy de tu parte —dijo acariciando mis brazos.

—Y ella también lo está. Aún así, te repito, que no he ido a ver a nadie.

Hasta ese momento tenía varios puntos claros. Primero, Felipe había hecho muchas más cosas por mí de las que aparentaba y me había tenido más en cuenta de lo que yo llegaba a imaginar. Segundo, Andrea se estaba convirtiendo en mi confidente y me parecía bueno tener otro punto de vista que no fuese el de Sergio. Y tercero, Sergio quería ayudarme y protegerme en cada momento, pero yo necesitaba más comprensión por su parte. Y con todo esto la culpa siempre estaba presente. ¿Era yo la que había hecho que Sergio se pusiese así?, ¿y cómo podía pedir más comprensión si ya suficiente daño había causado? Las cosas no habían hecho más que empezar.

Ante tus ojosOù les histoires vivent. Découvrez maintenant