Capítulo 26: Pasado y futuro

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Volví a casa a la mañana siguiente. A casa de Marta, en realidad. No a la mía, claro. La mía siempre estuvo en aquellos viñedos. La mía era aquella casa que desprendía un olor a antiguo, a limpio, a campo, a petricor, a la vid... Ese piso era una máscara, como la que me ponía todos los días. Al menos, hacia los demás. Ese piso era el recordatorio de ser otra persona, alguien diferentes, aunque no alguien mejor. Supongo que quise ir a aquel piso justo para eso: para creerme alguien diferente. Ese piso se parecía a la capital, a mi otra vida. A la vida fingida que había creado durante años. Pero no había nada que me uniese allí. En la capital solo tenía una amiga, mi jefa. Una amiga que esperaba que solucionase lo que tuvieses que solucionar aquí y que luego volviese allí. Pero todo parecía alejarse. Mi cabeza parecía estar cada vez más o más lejos de la capital. Más y más lejos de la vida que tenía allí.

Al entrar a mi piso resoplé. Estaba exhausta. El día anterior había salido de aquel bloque con la intención de fusionar mi vida, de arreglar lo que rompí y... volví con un millón de sueños rotos. Con la tristeza de volver a sentirme perdida, sin rumbo fijo. Tal vez, Alejo tuviese razón. Tal vez, todos ellos conocían a la anterior Eva y él era el único que conocía a la nueva. Con todos aquellos secretos. Con todos aquellos males. No podía volver a hablar con él. No podía hacerlo. Coloqué mi cuerpo pegado a mi puerta de entrada y respiré profundo. Ya nos habíamos despedido. Ya nos habíamos dicho «adiós». No podía marearle solo porque las cosas no saliesen como yo esperaba. No era justo para él. Me tumbé en el sofá con una jaqueca horrible y decidí descansar por unos minutos.

Casi me había quedado dormida cuando el ruido en el exterior me sacó de la nebulosa. Un traqueteo de sonidos se hacia eco en mi casa. Sonidos graves, golpes, cuchicheos... Abrí los ojos todo lo que pude y me levanté del sofá. Seguí paso a paso cada sonido que me conducía hasta la puerta. Coloqué mi oreja tras ella y todo aumentaba su tono. Puse mi ojo derecho en la mirilla y la puerta de Alejo estaba abierta. Había cosas en el rellano. Había personas trasteando sus muebles. Abrí la puerta y me quedé contemplando aquel desorden.

—Disculpe, ¿qué hacen? —Me dirigí a uno de ellos.

—Una mudanza, señorita.

—Una...¿qué?, ¿cómo que una mudanza? No... No entiendo.

—Sí. Ya sabe... Mover muebles de un sitio a otro. Sacar las pertenencias del inquilino para llevarlas a su nuevo hogar.

—Sí... Ya sé. Sé el significado de la palabra mudanza. ¿Dónde... dónde está el inquilino?

Asomé mi cuerpo hacia la puerta de Alejo.

—¿Su vecino? No está.

Me paré al lado de aquel señor que envolvía en cajas la vida de otros. El dolor de cabeza se hizo más agudo y coloqué mi mano sobre mi sien.

—¿Se encuentra bien?

—Sí. Gracias. ¿Sabe dónde se ha mudado?

—No puedo darle esa información. Lo siento.

—Claro... ¿Y seguir discretamente el camión de la mudanza sí puedo? —Sonreí irónica.

—Pues depende si es usted una acosadora o no. —Aquel hombre se puso de pie y sonrió igual que yo.

Los vértices de mis labios se elevaron en una sonrisa falsa.

—No se moleste en seguir al camión. El chico no ha puesto una dirección de casa. No sé si pasará a recoger todo algún día de estos a la nave. O si lo hará otra persona. Sé que él se ha desentendido de todo esto.

—¿Y no le ha dicho absolutamente nada? Si se va cerca o si se va para siempre o si...

—Yo solo vengo y embalo cajas y guardo muebles, señorita. No tengo ni idea de la vida privada de la persona que lo manda.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now