Capítulo 20: Havva

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Salí de la despensa. Pasé todo el salón y la entrada y me fui hasta el exterior de la casa. Me pareé delante de ella y la contemplé por unos segundos. Respiré todo lo que pude y traté de calmar mis pulsaciones. Un nudo en la garganta se hacía presente y yo me odiaba, posiblemente, más que nadie por haberle dicho a Alejo aquellas palabras. Seguí caminando hasta adentrarme en los viñedos y  todos los recuerdos que creí olvidados, regresaron a mí. Las noches en los viñedos cuando era adolescente fueron inolvidables. Tumbarme en la tierra fría y húmeda por el rocío. El petricor de los días más lluviosos. Aquellos pequeños árboles pareciéndonos bosques inmensos al tumbarnos bajo ellos, en los pequeños caminos que realizaba mi padre junto a los trabajadores.

Respiré profundo hasta adentrarme a uno de mis lugares favoritos. Una parte de aquellos viñedos en la que mi padre sembró una uva especial, una diferente, una aún más dulce que el resto... Después de años de investigación y asesoramiento, logró realizar una unión de dos tipos de uvas diferentes que se cultivaban en nuestros viñedos para dar como resultado una planta injertada que podía salir muy bien o muy mal. Las expectativas eran altas. De aquella planta de vid nacerían racimos grandes con uvas redondas de color violeta rojizo. La creó para mí y la llamó Havva. Havva: el origen hebreo de Eva, que significa aquella que da vida o aquella que vive. Tan solo sembró una ristra como regalo por la boda que no tuve. De ella nacería el vino más exquisito de los que había en mi viñedo. Años y años de espera...

Cuando llegué, no había ni una sola vid plantada. La tierra estaba movida y aparentemente yerma. Me quedé por unos instantes mirando aquella estampa y tratando de buscar un símil con mi vida. Los ojos se me empañaron y me sentí rota en mil pedazos. Pasé mi dedo índice por el lagrimal de uno de mis ojos y corté el paso de lo que parecía inminente. Escuché pasos amasando la tierra y hundiéndola levemente y me quedé paralizada. Rodeé mi cuerpo con mis manos esperando protección y calor por parte de mí misma. Los pasos se pararon a mi espalda y preferí no girarme para mirar. Los retomaron hasta colocarse a mi lado y al torcer el cuello hacia la derecha vi el rostro de Javier iluminado simplemente por una luna blanca muy tenue.

—No deberías estar aquí. —Regresé la mirada al frente sin responder—. Hace frío y la noche con la rociada se vuelve más húmeda. —Sonreí comedida y miré hacia la tierra vacía que se abría paso frente a nosotros.

—Necesitaba salir. Descansar un poco de tanta música. Es...

—¿Abrumador?

—Sí. —Asentí—. Abrumador.

—Espero que no te hayas sentido incómoda por las palabras de Laia. Es... demasiado romántica. A ella le encanta imaginar relaciones idílicas, enamoramientos de película y todo eso...

Por supuesto que le encantaba, Javier. A Laia le encantaba ser el centro de atención. Siempre le había gustado destacar. Tener las mejores cosas... Siempre las acababa consiguiendo. Mírate. Te obtuvo a ti.

—No hay problema. No importan sus palabras —pronuncié tras un silencio incómodo que me permitió meditar.

—No me esperaba que tú y Alejo estuvieseis juntos. —Su rostro se volvió para mirarme directamente a los ojos.

—Es algo más complicado que eso. Es un buen hombre.

—Lo es. —Asintió.

—Nos estamos conociendo. No estoy enamorada de él. —Negué algo confusa—. A veces me parece que hemos ido algo rápido en algunas cosas y otras veces siento que estamos estancados.

—Si piensas eso ahora que lleváis pocos meses, no me quiero imaginar cuando llevéis más tiempo.

—¿Por qué dices eso? —Fruncí el ceño y le miré.

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