Capítulo 16: Gente como tú

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Alejo recogió las tapas y yo le ayudé. Juntos llevamos todo hasta la mesa, donde se encontraban el resto charlando amigablemente. Había vuelto al lago de cocodrilos. Me sentía rodeada de lobos hambrientos. Habría preferido seguir en la barra del bar junto Alejo. Ese hombre me calmaba. Su cuerpo me relajaba. Me hacía sentir en casa y yo nunca antes me había sentido participe de una casa. Ni siquiera el tiempo que viví en la viña hasta crecer.

La sensación de que el mundo ahogaba la aprendí bien pronto. Después de lo que le ocurrió a Esperanza. Vivía en casas colindantes del pueblo. La humillaron y la expulsaron de casa simple y llanamente por haber mantenido relaciones sexuales con el hijo del director de su colegio. Por aquel entonces yo tenía siete años. El pueblo era muchísimo más pequeño y los cerebros de las personas, al parecer, también. Fue un linchamiento hacia su persona por mancillar el apellido de su padre. Recuerdo escuchar numerosas veces que era «inservible». Inservible solo por vivir su sexualidad cuando ella quiso. ¿Y él? Aquel joven siguió su vida como si nada, incluso después de muchos años. Antes de irme del pueblo, recuerdo que iba a ser padre junto con la hija de uno de los contables del alcalde.

Sin embargo, no se volvió a saber nada más de ella. Con catorce años escuché que se fue a vivir con una tía solterona de la familia y que fue ella quién la crió. Su vida quedó oculta. Su vida cambió de repente y nadie le pidió perdón. Luego... su recuerdo desapareció. La gente dejó de acordarse de ella. Sus padres y hermanas pasaron a un segundo plano en el pueblo y se dio paso al siguiente cotilleo o «desfachatez» de alguien. Así era este lugar... No es que no me pareciese un buen sitio, lo que siempre estuvo mal fueron las cabezas de sus gentes.

Desde bien pronto entendí que en este lugar no era para personas como nosotras. No era para gente que quería vivir una vida normal, haciendo cosas normales y expresándolas en su máxima amplitud. Cuando regresé sentí ese miedo. Aquel día conduciendo por el camino hacia la verja recordé todos aquellos casos en las que las personas de este pueblo sufrieron la furia más rancia de la población. Ahora parecía algo diferente. Más moderno en su cara exterior, aunque el núcleo estuviese aún podrido. Ahora, había cogido un rumbo que nos beneficiaba. O eso pareció.

Alejo y yo nos sentamos en nuestros respectivos lugares. Mi hermano mostró una amplia sonrisa al ver llegar la comida. Siempre fue así. Loco por ello. Loco por la comida y ¿por nadie más? Nunca le vi con una mujer. Nunca le vi con un hombre. ¿Nunca había tenido mi hermano pareja?, ¿nunca se había sentido solo?

—Tenía un hambre que me moría. —Sonrió Laia.

—Toma —dijo Alejo ofreciendo una de las tapas a ella.

—Gracias. —Sonrió aún más y me miró de reojo.

¿Cómo de bien se conocían Alejo y Laia?, ¿cómo de bien para que él supiese qué era lo que a ella más le iba a gustar? Achiné los ojos un poco y mi mirada se desvió hacia la de Javier. Se toparon y sentí un calambre recorrer mi cuerpo.

—La ensaladilla de este lugar es una dulzura. Da igual los años que pasen, siempre será única —argumentó mi hermano.

—¿La has probado, Marta? Te va a encantar —dijo Javier acercando un plato hacia mi persona.

Cogí una cuchara, hinqué profundizando en la masa esponjosa y comí. Era cierto. Daba igual el tiempo que pasase, aquella ensaladilla seguiría siempre siendo única. Incluso ahora que Matilda ya no estaba. Su legado había continuado en un pequeño recetario que ayudaría a su hijo a continuar con los sabores escondidos. Con esos sabores ocultos que tenemos cada uno. Con esa fórmula secreta que nunca revelamos.

Aquella noche me sentí en guardia durante toda la cena. Las preguntas no fueron crueles. Laia me mostró menos interés del que yo creía que suscitaría en ella y eso me alivió. Alejo se mostró simpático con todos y a ratos se me asemejaba a un pequeño papel que pretendía interpretar. Javier parecía más enamorado de Laia que de nadie que hubiese estado anteriormente en su vida. Y mi hermano... Mi hermano seguía solo, amistado con nosotros y sonriente frente a cualquier elemento que se realizase.

Ante tus ojosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora