Capítulo 33: Las que pude haber sido

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El hecho de que Alejo, o Martín o como quisiera que se llamase, me acusase de tales actos me hizo casi querer vomitar una vez más. ¿Cómo alguien pudo pensar eso de mí? ¿Cómo le cuadraban esos acontecimientos? ¿Cómo alguien que había estado en mi cama, con el que había compartido parte de mis días, podía pensar eso? ¡Yo! Que no creo que jamás haya herido conscientemente a nadie. ¡Yo! Que he intentando siempre liberar a todos de cualquier culpa.

—¿Qué dices? ¿Cómo puedes decir eso...? Cómo puedes... —No tenía fuerzas para enfrentarme.

—Yo no he dicho que creyese eso.

—Es que... ¿cómo puedes creer algo así? ¡Asesinatos!

—Eva, no te conocía. Y todo apuntaba a ti. ¿Puedes entender eso? Es una investigación.

—¿Se sigue creyendo eso? ¿La investigación apunta a mí?

—No... Por eso te pedí que no dijeses que habíamos estado juntos. Por eso te pedí que no dejases que me echasen del caso. Hay cosas que sé y que no he comentado.

—¿Qué cosas? —Martín se queda callado. Su silencio es como una taladradora en mi cabeza—. ¿Qué has descubierto? —exijo.

—Yo lo único que puedo darte es tiempo, Eva. Solo tiempo. Tiempo para que vayas y le preguntes a Sergio todo lo que sabe.

—¿Es Sergio el causante de todo esto?

—A veces es causante, a veces cómplice... A veces conocedor... Habla con él. Dile que te explique, Eva. Y si le quieres... —lo piensa unos segundos más— dile que tiene dos opciones: esconderse muy bien o entregarse.

—No entregaré a mi hermano, si es lo que me pides.

—No he dicho eso. Lo que yo te ofrezco es la oportunidad de intentar salvarle. A él y a la persona que él oculta.

—No entiendo. ¿Por qué no me lo dices y ya?, ¿por qué no te dejas de rodeos?

—Porque no me corresponde a mí, Eva. No volveré a repetirlo... —Sube la mano izquierda hasta su barbilla y revisa el reloj—. Un día. Tienes un día. Mañana a esta misma hora estaré en comisaría y lo diré todo.

—¿Y por qué tienes que decirlo si es tan malo para mi familia y mi hermano? Simplemente... ¿no puedes dejarlo pasar?

—Eva. —Alude a mí y coloca sus manos en la cabeza—. Hablamos de asesinatos. Hablamos de muertes. Ya no las parejas de Javier... Lo que hace tu hermano. El problema en el que está metido... El tráfico de órganos no es algo que uno realice así como así. No es algo en lo que uno se vea envuelto de repente y sin querer.

—¿Y qué hago? —Quité mi cuerpo de detrás de la puerta del coche y lo cerré. Aquello iba para largo y yo lo sabía—. ¿Qué debo hacer?

Recuerdo que en ese momento me rompí por completo. Fue el momento exacto. Escuché un crack en mi interior y todo se desparramó por el suelo. Estaba furiosa, dolida, dudosa... Estaba que ni creía que aquello pudiese pasarme a mí. Aquello no. Aquello no. Aquello a mí no. Después de todo. Después de la lucha. Después de resurgir. No podía estar en el mismo punto de partida. En ese momento ya no podía esconderme. Ya no existía una fórmula para huir. Mi corazón se quebró en tantos trozos... ¡En tantos! No había suficiente oro japonés en el mundo para tapar esas grietas. No había forma de solucionarlo. Si aquellas imperfecciones eran la prueba de mi fragilidad se verían por completo. No había forma de recuperarse ya. Aquello me dejaría marca para siempre. Una que no se puede tapar. Una que no puede ser ignorada. Una que duele y sangra y te recuerda siempre la inmortalidad del ser humano y la desfachatez de la vida.

Me había roto por completo. Y Martín lo supo. Lo supo al verme llorar desconsoladamente. Lo supo al saber que mi cuerpo se tambaleaba. Lo supo nada más verme inclinarme sobre mí misma. Lo supo en el mismo instante en el que me desplomé sobre el suelo. Y yo le vi... Le vi correr hacia mí y luego nada. Le escuché llegar y gritar. Le sentí en sus brazos recogiendo cada trozo desperdigado de mi cuerpo. No sé cómo llegué al hospital, aunque imaginé que él mismo me llevó hasta allí. Imaginé que fue él quien me dejó en urgencias y que fue él quien dejó mi auto aparcado en el parking al aire libre. Supuse que fue también él quien marcó el número de Sergio y fue a Sergio a quien vi junto a mí en la camilla. Si mi intención en aquel día, después de lo ocurrido, había sido querer ir al hospital y ver a Laia, lo había conseguido. En el hospital estaba.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now