Capítulo 3: En caída libre

232 37 8
                                    

Andrea tocó mis dedos, que estaban agarrotados apretando la parte baja del sillón del coche. Fue un gesto lindo. Sé que lo hizo con dulzura. Se pueden decir tantas cosas con solo tocar. Aquel tacto de su piel con mi piel decía «estoy aquí», decía «tranquila», decía «no te preocupes», decía tantas cosas que no alcanzo a recordar y otras que son inefables. Estábamos ya aparcadas, esperando a que alguna de las dos pudiese pronunciar alguna palabra irrelevante que rompiese aquella tensión. La pena es que Andrea nunca expresaba nada irrelevante, todo en ella encontraba sentido, todo en ella era correcto, meditado y razonable. Por eso, incluso estando ya allí, tan cerca de Javier, ella hizo la pregunta que debía hacer y yo dije la respuesta más sincera que encontré.

—¿Estás segura de esto? —Me miraba expectante.

—Anoche mientras dormía, sí. Ahora no te voy a negar que estoy bastante nerviosa.

—No tienes que hacerlo hoy. Mi proposición continuará en pie siempre que lo necesites. No te lanzaré a los lobos sin tener con qué defenderte.

—Lo sé. Gracias, Andrea. Estoy nerviosa, pero no me arrepiento de haber venido hasta aquí.

Hubo un pequeño silencio mientras ella pensaba cómo enlazar su siguiente pregunta y yo tragaba saliva para lubricar mi garganta creyendo que en cualquier momento me quedaría afónica. Desde que llegué aquí, comprobé que la ausencia de sonidos es el peor momento. Tu cuerpo se vuelve rígido y no sabes cómo enfrentarte a ello. 

—¿Cuánto tiempo llevabais juntos antes de que te fueras?

—Llevábamos juntos desde siempre. —Reí de forma nerviosa—. Javier era amigo de Sergio. Estuvieron juntos en la misma clase desde la guardería. Venía todos los días a mi casa a jugar con él. Incluso visitó a mi madre en el hospital cuando yo nací. Resulta gracioso tener una foto juntos ya desde tan pequeños: yo con horas de vida y él con cuatro años.

—Es una historia bonita.

—Fue bonita. Era el chico más guapo que había visto. Estuve enamorada de él desde... No sé... Posiblemente, estuve enamorada desde siempre. Desde que le vi. Él tenía algo que captaba mi atención.

—¿Nunca le viste como un hermano?

—No. Algo en mí sabía que no lo era. Recuerdo poco de mi infancia, no sé qué clase de amor se puede procesar desde tan joven. Supongo que era admiración y luego..., bueno... Luego simplemente le comencé a querer. El amor que sientes a esa edad es algo puro, no tiene nada que ver con el que vino más tarde. Después de tanto tiempo, cuando llegué a la adolescencia, creí que nunca se fijaría en mí, que no me haría caso de esa forma. El resto de niñas con las que se juntaban eran de su edad, ¿por qué fijarse en mí?

—Pero lo hizo.

—Bueno... —Sonreí—. Supongo que lo hizo mucho más tarde. Un día dejó de venir a casa. Dejó de verme, de regalarme chucherías o comprarme algún estúpido juguete. Sé que es una tontería si lo veo con esta edad. En ese momento él solo tenía catorce años y yo, en fin, era una niña de diez años. Él estaba de novio con una chica de su clase. Creo que estuvo con dos más a parte de aquella. —Volví a sonreír recordando—. Pero luego siempre regresaba a casa. Siempre volvía de alguna forma u otra. Volvía a comprarme esas golosinas tan pequeñas y blanditas que me gustaban.

Sé que mientras que recordé aquello me emocioné. Mis ojos se encharcaron y no pude evitar sentirme angustiada al recordar la cantidad de cosas que podían haber sido si no me hubiese ido de allí. Lo peor del amor no es el amor, es la idealización de este.

—Después de que yo cumpliese los dieciséis siempre estuvo más cerca. Tonteaba algo, decía cosas, me sonreía más de la cuenta, dejaba de jugar con mi hermano para pasear conmigo... Ese tipo de cosas. Pero siempre fue muy educado. Yo creo que porque le daba miedo mis padres. —Carcajeé un poco junto a Andrea—. Y cuando tuve los dieciocho se declaró.

Ante tus ojosWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu