Capítulo 5: No dejarle entrar

155 25 1
                                    

Al cabo de varias semanas de estar allí, decidí que lo mejor sería mudarme a algún piso más cercano al centro del pueblo. A mi madre no le gustó aquella decisión, pero yo ya había mentido demasiado nada más empezar. Lo último que quería era encontrarme con Javier en mi propia casa y tener que revelar mi identidad sin estar preparada. Tuve que soportar un gran disgusto en el que mis progenitores me pedían, por favor, que no huyese y que no les volviese a dejar. El miedo es uno de los sentimientos más naturales de todas las especies. Sentirse asustado. No hay ni una sola que no lo haya experimentado. Mis padres tenían un miedo: un miedo que yo misma les creé.

Estuve algo desesperada buscando piso hasta que di con uno que estaba céntrico en el pueblo. Tardé dos semanas en mudarme a él porque, aunque estaba amueblado, debía reparar algunos elementos. El piso estaba tirado de precio para lo que realmente era. Lo alquilé por unos meses y pronto me trasladé a él. Fue totalmente el destino el que me puso el piso ante mis ojos. Un conocido de mi familia comentó acerca de que el dueño del piso, amigo suyo, quería alquilarlo y así fue como me topé con aquel apartamento. Si no llega a ser por ello, me habría tirado semanas sin encontrar uno. Lo bueno... y lo malo... es que en los pueblos todos se conocen y todo se conoce. Todo menos, aparentemente, que yo he regresado.

Necesitaba soledad y pensar en mí mucho más de lo que lo estaba haciendo. Puede sonar extraño teniendo en cuenta que había tenido una buena etapa de mi vida para hacerlo, pero necesitaba sacar todos lo males que me atormentaban y para ello comencé a pintar. Me dio por ahí. Una tarde fui a buscar con Andrea varios lienzos y pinturas. Lo cierto es que no tenía ni la más mínima idea de pintar, pero lo hacía. Nada en concreto, tampoco nada abstracto. Pintaba solo lo que sentía, mezclaba los colores como quien mezcla los frutos secos en un bol. Y resultaba que siempre salían colores oscuros. Tal vez debí aprender un poco sobre los colores y cómo no llegar siempre al marrón mierda podrida, pero... se ve que no me dio por ahí.

Uno de los días que estaba pintando sonó el timbre sobre la hora de comer. Al principio pensé que era alguien de mi familia. Que venían a soltarme el típico sermón para que regresase o que, tal vez, venían momentáneamente a ver cómo me encontraba y a corroborar que no hube huido. Pensé que sería alguno de ellos y casi llegué a enfadarme porque les dije tajantemente que no debían visitarme en mi piso y aún menos sin avisar. Pero no fue así. Coloqué mi ojo en la mirilla y vi a un hombre de edad joven y atractivo, o al menos a mí me lo parecía. Claro que lo de joven y atractivo es siempre subjetivo. Pero puedes imaginártelo cómo más te guste, alto, bajo, rubio, moreno, de ojos verdes, o mejor, de ojos marrones. Con la musculatura marcada en la camiseta o sin ella. Esta vez no voy a describirte cómo era, porque tardaría mucho en llegar a una buena descripción, ya que era alto o bajo dependiendo de con quién lo comparases y dependiendo de cómo me imagines a mí. Sin más rodeos: te doy carta blanca, más que nada porque nunca lo vi lo suficientemente rubio su cabello para pensar que no era moreno ni castaño, ni al revés. Y porque nunca sabré si el verde de sus ojos tiraba a marrón o era el marrón el que tiraba a verde. Lo único que puedo afirmar es que poseía unos increíbles labios dibujados por algún tipo de pincel de precisión. Sus labios destacaban sobre su rostro de manera notoria.

—¿Sí? — Abrí la puerta con el pestillo echado.

—Hola, soy Alejo, tu vecino. El que vive ahí. —Señaló la puerta de enfrente recalcando la última palabra.

—Encantada. ¿Quieres algo? Me pillas ocupada.

—Esto va a sonar muy estúpido y sé que suena algo usado pero, ¿puedes prestarme sal? Juro que no tengo y pensé que ir al mercado y comprarla solo para una vez que cocino... sería un desperdicio.

Cerré la puerta tras sus palabras. Esperé unos segundos y quité el pestillo. Cuando volví a abrir la puerta, esta vez completamente, me lo encontré de espaldas volviendo a su casa.

Ante tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora