Capítulo 36: Otras, sí

54 5 7
                                    

El rostro era casi irreconocible. Hacía un tiempo que no veía a mi madre, pero no era por eso en especial. No es que hubiese cambiado de un momento a otro. No es que ahora fuese una persona nueva. Aunque sí parecía serlo para mí. No. Es que mi madre había cambiado, pero de una forma diferente. Su mirada, la posición de sus cejas, su ceño fruncido, el caer extraño de su boca, su nariz prominente, sus pasos arrastrados, su pelo recogido, su postura siniestra... Todo se había remodelado y transformado. Ya no quedaba rastro de la imagen de la mujer de pelo cano y amigable que tenía cuando llegué aquí. Su cuerpo irradiaba tensión y maldad.

—¿Qué ocurre?, ¿cuéntame qué ocurre?, ¿por qué estás haciendo esto, mamá? —supliqué.

—Estoy protegiéndote —confesó.

—Esto no es protegerme. Esto no lo es. —Negué con la cabeza numerosas veces.

—Ella. Ella no ha parado de meterse en tu vida. Mírate. —Sus manos se posaron sobre mis mejillas—. Mírate. —Tocó mi pelo rubio y corto—. ¿Dónde está tu melena oscura?, ¿dónde está tu pelo largo? Dime. —Sus ojos se pegaban a los míos—. ¿Dónde están los mechones de pelo que yo desenredaba todas las noches?

—Mamá... —Intenté hablar.

—¡Ella! Todo eso nos lo ha quitado ella. Ella es la culpable, Eva. ¿No lo ves?

—Mamá, esto tiene que parar. Esto no puede seguir. Estás haciendo daño a personas. Ya has hecho demasiado daño.

—Se quería quedar con todo, Eva. Con tu casa, tu prometido, tu vida, tu familia... Hizo todo para coger a Javier. Yo protegí a tu hijo. ¡Yo! De ella. Porque es un diablo. —La miró e intentó acercarse a Laia.

—¡Espera! Mírame. Mírame. —Temí que hiciese algo de lo que ambas nos pudiésemos arrepentir—. ¿Tú mataste a Rebeca?

Mis ojos se inundaron en lágrimas. Rebeca. ¿Cómo pudo pasar?  Rebeca, Laia y yo. Tantos años. Tantas vivencias. Nuestros primeros amores. Nuestras primeras veces. Nuestros sueños. Nuestro futuro. Nos lo contamos todo. Nos hicimos siempre partícipe de la vida de la otra. Jamás pensé que tantos años después estaríamos en esta tesitura. Nunca podría imaginar que la vida cambiase tanto y que los deseos se rompiesen tan fácilmente. Laia permanecía quieta. Inmóvil, contemplándolo todo. Aún hoy puedo escuchar su respiración: gruesa, rápida y costosa.

—Rebeca fue la primera, Eva. Rebeca entró en la vida de Javier casi sin previo aviso. Un día llegaron juntos, cogidos de la mano, y fueron confesándoles a todos su enamoramiento. Yo solo podía pensar en ti. En todo lo que te habían arrebatado. Así que nos deshicimos de ella. Laia elaboró el plan y yo lo acepté. Sergio no estaba del todo de acuerdo. Pero ninguna de las dos le escuchamos. Su cuerpo quedó calcinado por completo. Chamuscado. Era la única forma de constatar que muriese. Solo la mala hierba sobrevive a un calor desolador y duro como el infierno. Cuando la quitamos del medio, solo tuvimos que esperar. Javier volvió a quedar libre. Y tu sitio seguía estando ahí, Eva.

—¿Cómo puedes estar diciendo todo esto tan calmada? —Mis ojos se clavaron en los de mi madre—. ¿Por qué le hiciste esto? —Miré a Laia asustada.

—Javier no se conformó con haber perdido a dos de sus parejas. Así que se echó nueva novia. Gisela llegó más tarde. Cuando él ya parecía recuperado por completo. Aunque no sé si realmente alguien se puede recuperar de un golpe tan duro como ese. Su prometida le abandona el mismo día de su boda y jamás la encuentra y su siguiente pareja muere a causa de una explosión. Supuse que para él nada de esto era fácil, pero lo mejor siempre fuiste tú, Eva. Lo mejor para Javier eras tú y al revés. Tenéis una familia. Así es como debe ser. Así es como siempre fue. En cuanto todo esto termine; Javier, tú y Pablo, seréis la familia que siempre tuvo que ser.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now