XIX

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Aquí les dejo bola de pervertidos. Samuel y Natasha me encantan cómo pareja, y esperen que hay más Samuel tierno por un montón de capítulos. Dios. Me voy a arrepentir de algo que ustedes no saben y yo sí. Pero no diré nada…

Hasta la próxima…

Feliz Lectura…

Tocó despacio para ver si puedo entrar en la habitación, espero un momento antes de escuchar el pase de su voz. Trago antes de girar la perilla, y adentrarme a la recámara de mi esposo actual.

El vestido lo escogí porque es con el que me vio el día que demostré que puedo tocar el piano. El cruce de sus piernas ese día me dijo mucho además de que intentaba mirar a otro lado para no verme directamente.

No lo veo por ningún lado en la recámara y es mejor para mí, doy la vuelta para cerrar con seguro. Nadie va a interrumpir mi velada. Quiero esto desde hace mucho y no me lo deben negar.

Voy a la cama antes de sentarme y esperar con paciencia lo qué me deben de dar hoy. Escucho el sonido de la palanca del baño, seguido del chorro de agua que me dice que se está lavando las manos. O va a empezar a rasurarse, se ve muy guapo con esa barba que le está comenzando a salir, pero me encanta porque le sale barba y bigote al mismo tiempo y… ¡Dios!

La puerta del baño se abre para dejarme ver el cuerpo de Samuel, sin embargo, lo qué molesta es que tenga puesta una camisa blanca para dormir al igual que un típico pantalón de color gris claro.

Un hombre típico.

Y ni tanto.

—Natasha—sonrío al ver sus ojos devorando mi cuerpo sin una señal de arrepentimiento—¿Qué haces en mi habitación, así vestida?

—Quiero mi regalo de bodas—juego con él antes de levantarme de la cama y caminar a él—. Desenvolver mi regalo…

—Nat…—estoy tan cerca de él que puedo oler el jabón de lavanda que usó.

—Me debes una luna de miel—susurro cerca de él.

Dios.

Muero por terminar en la cama sin ropa y con sus manos recorriendo mi cuerpo.

—Nos… en…—tomo sus manos para ponerlas en mis caderas.

No dice nada, sólo se queda quieto, muevo un poco sus manos, las llevo arriba. De la altura de mis pechos las deslizó hacia abajo con suavidad, una que lo hace despertar al llegar a mis glúteos. Sus manos suben a mis caderas para jalarme y envolverme.

—Espero qué hayas traído condones.

—No los necesito con mi esposo…

Me besa los labios con intensidad. Dios. No conocía esa forma de besar de su parte, o será que no me acuerdo de lo que se siente estar así con él. Sus manos van a mis costados para buscar un cierre pero no hay nada, sólo piel.

Llega al final del escote de mi espalda y no me pide permiso para meter la mano entre mi piel y la tela. Jadeo. Mis nalgas son las primeras en recibir atención de su tacto caliente y poco sutil.

—¿Por qué demonios no llevas calzones?—sonrío porque no esperé esa pregunta.

—Porque esté vestido no lo requiere—sus ojos están más oscuros de lo normal.

Lo beso de nuevo esperando distraerlo de lo que está quejándose, en menos de lo que puedo captar; saca su mano de dónde la tiene antes de bajar ambas palmas a mis muslos y levantarme. Su erección es un simple bulto protegido por el calzón y el pantalón. Me deja caer en la cama para subirse sobre mí sin esperar a qué me recupere del empujón. Me besa los labios con ganas y deseo, mis manos buscan el final de su camisa. Se incorpora para quitársela, Dios. Esos bellos cuadros quedan a mi vista y el deseo se vuelve mi motor para hacer muchas cosas.

La Corona Del Príncipe (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora