Capítulo 50

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Cinco cajas repletas de mis pertenencias y cuatro maletas gigantes repletas de ropa. Bien, todo estaba hecho.

Era mi última noche en esta casa al que llamé hogar toda mi vida, pero tal vez nunca lo fue en realidad.

Estos eran aquellos momentos en los que te pones a pensar en todos los recuerdos que viven en tu mente. Y me duele más de lo que debería.

A cada rincón al que miraba, flashbacks pasaban por mi mente.

Y decir adiós era más difícil de lo que imaginé.

El lugar al que alguna vez llamé hogar, el lugar en el que me sentía segura y protegida… era el lugar que ahora me daba la espalda y me botaba a la calle, no literalmente, pero esa era la sensación.

No podía tomar la mano de mis padres porque ninguno de los dos me la tendía.

Me dieron la espalda cuando más los necesitaba, y las heridas cicatrizaron solas y me di cuenta, que era mucho más fuerte de lo que pensaba.

Ellos me trataban como si hubiera cometido el peor crimen del mundo, cuando lo único que hice fue amar.

Estar con Michael era algo que había deseado por tanto tiempo, pero ahora estaba siendo castigada por ello. Y, maldita sea, no se sentía para nada bien.

Cada cinco minutos, debía recordarme que esto no era como tantos aquellos libros de romanticismo enfermizo que había leído casi todas las noches hasta quedarme dormida.

Esto era la vida real, la vida que apestaba como la mierda.

La última persona que esperaba tener en mi vida, era la única persona constante ahora: Michael Clifford.

Sí, Michael estuvo apoyándome todo este tiempo y si no lo tuviera a él, simplemente no sabría cómo reaccionar.

El hecho de que el se mantuvo todo este tiempo a mi lado era tan genial, porque no necesitaba a nadie más si lo tenía a él.

Escuché unos golpes en la puerta principal. Nuevamente me encontraba sola en casa, mis padres estaban en la casa de mis abuelos. La diferencia esta vez, era que me sentía sola, y todo se volvió demasiado vacío, demasiado falso, demasiado material, demasiado absurdo y demasiado tonto.

Bajé pegando el albornoz a mi cuerpo, lucía como la mierda.

Había estado llorando todo el día, y ahora eran como las diez de la noche así que tenía los ojos demasiado hinchados que apenas podía pestañear con normalidad.

En otras circunstancias, el hecho de que alguien tocara a mi puerta a estas horas me hubiera alterado o hubiera sentido miedo.

Pero ahí estaba el punto, con cada lágrima que derramaba sentía menos.

Mi vida no tenía un rumbo en estos momentos, y “el comenzar de nuevo” estaba más lejos de lo que realmente debería.

Rompieron la burbuja a la que llamaba “vida normal”, haciendo que cayera y que me diera fuerte por el suelo.

Descubriendo mi maldita realidad, en donde las personas a tu alrededor no son lo que realmente aparentan, con padres que daban dolor de culo y que tal vez todos los momentos que viví, fueron momentos vacíos.

Resaltando, el hecho de que mi padre había engañado a mi madre y la pregunta del millón era ¿hace y por cuánto tiempo? y ¿acaso todas fueron sonrisas fingidas y momentos sínicos y realmente vacíos?

Pero lo peor, es descubrir todo eso de una vez y después de tanto tiempo. Haciéndote la misma maldita pregunta una y otra vez:

¿Qué fue real? 

Oh, era una maldita perra masoquista.

Otro golpe a la puerta

¿Cuántos iban? Perdí la cuenta porque estaba perdida en mi dolor.

Me sequé las lágrimas de debajo de los ojos y abrí, pero no se encontraba nadie. Una fuerte brisa golpeó mi cuerpo, haciendo que me estremeciera.

Estaba agonizando y a un maldito bromista se le ocurría venir a tocar mi maldita puerta, habiendo millones de casas en todo el país. Maldita sea.

Cuando me disponía a entrar, bajé mi vista hacia un llamativo paquete que estaba encima del tapete. Dirigí mi vista hacia todos lados, tratando de hallar a alguien, pero nada, sólo la oscuridad de la noche.

Solté un pesado suspiro y de mala manera tomé el paquete, era más liviano de lo que aparentaba.

Cerré nuevamente la puerta y me dirigí al sofá, tomando asiento y cruzando las piernas.

El paquete no tenía una tarjeta o algo que me indicara de qué rayos se trataba esto.

Lentamente lo abrí, insegura de lo que fuera.

Cuando reconocí lo que tenía en su interior, me tapé el rostro evitando las lágrimas.

Esta vez, eran lágrimas de emoción.

Dentro del paquete, había un peluche.

Pero no era un peluche normal, era un pequeño león.

Y sabía perfectamente a quién pertenecía y quién me lo había enviado.

 Y por alguna maldita extraña razón, me sentí más cerca de Michael y eso mejoró mi estado de ánimo.

Tenía en mis manos a Daniel.

Michael's groupie? | mgcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora