01- Trabajo sucio

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Seis meses después...

—No lo haré —gruñó Reneé, cruzándose de brazos y negándose a bajar del auto

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—No lo haré —gruñó Reneé, cruzándose de brazos y negándose a bajar del auto.

El señor Blackwood de verdad estaba mal de la cabeza si creía que ella se metería en sus líos de faldas.

—Sí lo harás —dijo él aferrándose al volante. Parecía a punto de vomitar.

—¿Por qué yo?

—Porque esta clase de cosas hacen las asistentes.

—¡Usted siempre dice que yo no soy su asistente!

El señor Blackwood suspiró y Reneé no pudo hacer más que mirarlo enojada.

—Reneé, por favor. Si lo haces, de hoy en adelante comenzaré a llamarte oficialmente mi asistente. 

Era un buen trato. Tal vez, con el nuevo título le subiría un poco el sueldo.

Pero Reneé quería más.

—No. Si lo hago, quiero algo más —se volteó en el asiento para mirarlo de frente—. Quiero que olvide todo lo que crea saber sobre mí, que empecemos desde cero.

—Eso será difícil. Jamás olvidaré lo que hiciste, Reneé.

—Bien. Entonces no me bajó.

El señor Blackwood afirmó la cabeza en el volante, estresado. Reneé amaba ponerlo así.

—Te subiré el sueldo. 

—Quiero el doble.

—Hecho. Sólo... ve y deshazte de ella.

—¿El triple?

—El doble, Reneé.

—Bien.

Reneé bajó del auto y atravesó el aparcamiento del restaurante. Entró y se sentó en la mesa que habían reservado para el señor Blackwood. Ahí esperó.

—Lindo lugar —murmuró mirando a su alrededor. Era un restaurante fino, elegante. De clase. En circunstancias normales ella jamás habría entrado, ni siquiera se habría detenido en la puerta exterior. Pero esas no eran circunstancias normales y ella no estaba ahí por placer. 

La mujer a la que esperaba llegó diez minutos después. Era muy bonita, joven. De cabello pelirrojo, tacones y un vestido negro que de seguro valía más que tres sueldos de Reneé. El tipo de chica que le gustaba al señor Blackwood, sin duda.

—Disculpa, esta mesa está reservada.

—Lo sé —contestó Reneé—. Vengo en representación del señor Blackwood.

La expresión entera de la recién llegada se desfiguró en desagrado, rabia.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que ese infeliz...!

—Mire, Ágatha, ¿cierto? ¿Por qué mejor no se sienta y conversamos? Agua, qué rico. ¿Quiere? Las penas siempre se pasan mejor con un trago.

Sorprendentemente, Ágatha se sentó.

—¿Quién eres tú? ¿Por que Simon te manda a hacer su trabajo sucio?

—La que está haciendo el trabajo sucio es usted, Ágatha. Acosándolo todos estos meses, actuando como una loca necesitada de un hombre. ¿Dónde está su dignidad? Él le ha dicho un montón de veces que no está interesado en usted, está comprometido con alguien más. ¿Qué otra señal quiere?

—Tú no... tú no entiendes —espetó Ágatha, roja tal vez de ira o vergüenza—. Lo que él y yo tuvimos... fue especial. 

—Se acostaron un par de veces. Eso es todo. Ahora... —Reneé se adelantó en la mesa afirmando los codos y le dedicó esa sonrisa un poquito psicópata que tantas veces había utilizado para amenazar—, yo no soy tan gentil como el señor Blackwood. Él es paciente, considerado. Yo no. Y no quieres conocerme. Acércate una vez más a la empresa, o a su casa, moléstalo. Una vez más, Ágatha, y será la última.

Ágatha pareció encogerse en el asiento, y Reneé se retiró conforme pero no alegre.

Se sentía sucia.

Había amenazado a una pobre chica que lo único que había hecho, era enamorarse perdidamente del hombre equivocado. Y acosarlo. Bueno, tal vez no era una pobre chica, pero aún así Reneé odió hacerlo. Había dejado las verdaderas amenazas atrás buscando una mejor vida, y en su lugar estaba haciendo lo mismo por un hombre rico que la trataba como una patada en el trasero.

—¿Qué dijo? —preguntó el señor Blackwood cuando Reneé volvió al auto.

—No creo que vuelva a buscarlo. Vámonos.

Entonces, el teléfono del señor Blackwood comenzó a sonar y él contestó.

—¿Qué? —silencio—. Sí, sí, estoy cerca. Uh... Pero... Bien. Adiós.

Colgó y miró a Reneé con culpa.

—Oye, Reneé, Scarlett está en la otra calle y... me pidió que pase a recogerla.

—¿Y? —preguntó Reneé, sabiendo lo que eso significaba.

—No puede verme contigo. No podría explicarle por qué.

—Claro. Caminaré.

Bajó del auto y cerró la puerta con fuerza, sabiendo lo mucho que eso molestaba al señor Blackwood. Lo vio alejarse y se odió a sí misma por sentir ese vacío en el estómago, por sentirse así por él.

—Siempre corre hacia ella —murmuró esbozando una sonrisa triste—. ¿Quién sabe? Tal vez algún día correrá hacia mí.




Reneé ©  ✔️Où les histoires vivent. Découvrez maintenant