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Desde que tengo uso de razón, siempre que me he visto envuelta en una conversación antes de dormir, lo que sea de lo que haya podido estar hablando en ese momento, mi subconsciente lo hace reaparecer en mis sueños por la noche

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Desde que tengo uso de razón, siempre que me he visto envuelta en una conversación antes de dormir, lo que sea de lo que haya podido estar hablando en ese momento, mi subconsciente lo hace reaparecer en mis sueños por la noche. Sea lo que sea, desde una película que vi antes de acostarme, el capítulo del libro que leía antes de quedarme dormida, el mejor momento de mi día... llámenlo fortuna o castigo, siempre vuelvo a vivirlo en mis sueños, y esta vez, no es la excepción:

No estoy segura de si yo miro a la niña frente a mí o si ella es quien en realidad me está observando.

Sus enormes ojos verdes y serios no se despegan de los míos mientras ella permanece recostada y sin moverse sobre las sabanas blancas que recubren la cama en la que se encuentra.

Muevo la cabeza hacía un lado, intentando comprender que es lo que está sucediendo y ella me imita como si se convirtiera en un mimo de mis acciones.

Dos hombres con batas blancas se acercan a la cama y como me encuentro de alguna manera sobrevolando la habitación, únicamente logro ver sus cabezas y no es hasta que uno de ellos se digna a voltear a verme que logro reconocerlo.

-¿Papá? -intento llamarlo y al mismo tiempo la niña abre la boca, dejando que lo único que consiga escuchar sea su chillona voz.

-¿Qué es lo que tanto miras? -inquiere el otro hombre que ahora que también ha decidido verme, me deja reconocerlo. El doctor Wen Hoffman.

Mi padre, quien al parecer decide ignorarnos, prepara una jeringa llenándola con una sustancia de color rosa antes de entregársela a Wen quien como todo un profesional limpia el brazo de la niña donde procederá a inyectar la sustancia.

En los ojos de ella puedo ver el terror y su mirada se cristaliza de inmediato en anticipación al temible pinchazo de la aguja.

-¡Papá! -intento defenderla, pero en cambio ella chilla exactamente la misma palabra.

-Quédate quieta, Madison, cuenta hasta diez -responde el médico antes de inyectar la sustancia en su brazo obligándome a despertar.

Me encuentro en mi cama, con el cabello tan empapado en sudor que pareciera que acabo de salir de la ducha, y mi corazón late de una manera tan acelerada que siento que va a salírseme del pecho.

Como todos los días, mi despertador comienza a sonar minutos después de que me levanto ya que he conseguido calmarme.

«Todo fue un sueño», me repito una y otra vez hasta que Sarah decide acompañarme.

-¡Arriba y a brillar! -canta-. ¿Dormiste bien?

La miro fastidiada cuando intenta ignorar el hecho de que me hubiera ocultado todo lo de la niña a pesar de sabido todo este tiempo.

EL CÓDIGO QUE NOS UNE (Edición Final) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora