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Estar sedada es como estar atrapada en una habitación sin paredes, pero que de alguna manera consigue mantenerme privada de todo

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Estar sedada es como estar atrapada en una habitación sin paredes, pero que de alguna manera consigue mantenerme privada de todo.

No veo nada porque no hay nada salvo oscuridad, tampoco siento ni huelo pues no hay nada estimulante. Somos solo yo y mis pensamientos todo el tiempo.

Mis pensamientos que me impiden descansar e insisten en recordarme todo por lo que estoy pasando, a pesar de que me mantienen tan inconsciente, lo que no sé que resulta más desesperante; si estar despierta o permanecer en este limbo.

Sólo sé que en este momento en mi vida lo único que deseo es que termine todo esto. Los piquetes, el dolor, las miradas de lástima que recibo de todas las personas que me visitan. Las miles de veces que me han repetido que me pondré bien, y la forma en que, como siempre, todos terminan llorando al marcharse porque quizás sea la última vez que me vean con vida.

Todo apesta, pero la verdad es que morir también me aterra. El dolor pasaría sí, pero jamás volvería a ver a Alison con sus brillantes ojitos radiantes de felicidad mientras me cuenta sus anécdotas del exterior con la boca llena de chocolate. No volvería a despertar con el terrible canto de Sarah las mañanas antes de la escuela o escuchar a Levy obsesionado con un tema al que nadie más le importa salvo a él. Jamás volvería a sentir los labios de Dylan contra los míos. Nunca volvería a comer la deliciosa lasaña que prepara Martha, ni tampoco volvería a ver a mi madre...

Mi madre, quien la última semana ha sido lo único en que he estado pensando en los pocos minutos del día que permanezco despierta y hasta cuando vuelven a sedarme. Mi última conversación con ella se repite constantemente en mi memoria haciendo arder mi sangre al recordar sus palabras y luego estrujando mi corazón al pensar en las mías.

No ha regresado en una larga semana y eso convierte la espera por mi muerte en algo aún más insoportable, porque sé que viene cuando trae a Alison a visitarme y que quizás me observa del otro lado del espejo, pero no volverá a dar un paso aquí dentro. Al menos que yo lo pida y eso...

Eso es probablemente lo que tenga que hacer antes de partir.

El efecto de los sedantes comienza a desvanecerse una vez más, y cuando alguien enciende la luz me cuesta bastante trabajo despertar. Mis párpados se sienten de lo más pesados, mis ojos están secos y el dolor poco a poco comienza también a hacerse presente antes de que dos siluetas aparezcan frente a mí.

Como si continuara dormida escucho la alarma de mi brazalete a lo lejos recordándome el poco tiempo que me queda para arreglar las cosas.

-Mamá -balbuceó apenas escuchándome a mí misma sonando como un gemido más en medio de mi agonizante dolor-, mamá...

-¿Es ella? -la voz de un hombre que no reconozco ignora mis súplicas.

-Es ella -Wen contesta y lo sé porque ahora reconocería su voz entre cientos de otras sin mirarlo.

Cuando logro abrir los ojos lo encuentro junto a mi con una jeringa en la mano, llena de un líquido rosado que se prepara para administrarme.

-No -le suplico, pero mi cuerpo está tan debilitado que no consigo moverme ni un centímetro para alejarme de él.

No quiero dormirme de nuevo. Quiero ver a mi madre. Quiero disculparme por lo que dije...

No quiero morir sin hacer eso.

-¿Cuántas dosis de Ixtradumixin utilizaste? -pregunta la segunda voz antes de sentir como me toma por la barbilla y me obliga a mirarlo, pero sigo sin poder reconocerlo.

Una parte inmensa de mi cerebro me lanza alertas creyendo firmemente que lo he visto antes, pero no consigo descifrar cuándo, y en medio de nuestro largo contacto visual, solo encuentro una enorme indiferencia en sus ojos que me hace sentir llena de miedo.

-Solo una -contesta Wen al tiempo que la aguja en sus manos atraviesa la delgada piel de mi brazo disparando mi ritmo cardiaco hasta el cielo por el agudo dolor que la nueva inyección me provoca, y luego, me proporciona un masaje en el brazo que solo empeora la sensación.

-Csht, chst, chst -el otro hombre me sostiene con fuerza hablándome como a un animal que intenta controlar-. No te muevas -ordena antes de soltarme y esta vez, es el quien me proporciona una segunda inyección en el otro brazo que me hace llorar y comenzar a temblar sin idea de qué es lo que hacen conmigo.

¿Así acaba todo? ¿Van a matarme?

El tercer pinchazo es en mi pierna derecha, y si el dolor antes era malo, esta vez es terrible y tanto que cuando la aguja me pincha en el muslo, contrae mis músculos a acalambrándome toda la extremidad.

-¡Alto! -chillo intentando detenerlos como logré hacerlo cuando era una niña. Cuando mi madre estaba aquí para salvarme de ellos.

-Cálmate Madison, lo estás haciendo muy bien -me dice Wen antes de que su acompañante repita la inyección en mi otra pierna ganándose un aullido que sale del fondo de mi garganta en respuesta.

Háganlo rápido, mátenme ya si van a hacerlo, pero detengan esta tortura.

Ya no puedo hacer esto.

No puedo...

-Ya vamos a terminar -me dice y la alarma que todo este tiempo estuvo de fondo, se detiene.

¿Mi corazón esta cediendo?

¿Llegó la hora?

El hombre gira mi cabeza a un lado y sin la más mínima advertencia el nuevo pinchazo que recibo es directo en mi cuello, y aunque el dolor es terrible, me distraigo cuando siento como me levantan de la cama y comienzan a moverme.

Ahora ya no pienso que mi corazón esté cediendo. Puedo sentirlo. Siento como disminuye sus latidos como si estuviera quedándose sin batería.

Esto es. Realmente se acabó.

Lo siento mamá. No eres como ellos.

Te deseo una buena y larga vida Alison.

Adiós Levy.

Hasta nunca... Dylan.

Abro los ojos para echar un vistazo una última vez a este mundo y cuando lo hago ya no estoy en el laboratorio, sino me encuentro con el enorme candelabro que cuelga del centro del techo en la enorme casa mientras bajamos las escaleras.

Estoy envuelta en los brazos de Wen como una niña y desde aquí puedo ver los pequeños indicios de la barba que se esfuerza por salir en su quijada mientras se concentra en llevarme a no sé donde.

La puerta de la casa está abierta y el cielo está oscuro y pintado de hermosas estrellas.

Me congelo.

No lograré detenerlos de lo que quiera que están haciendo. Ellos ganarán y no hay forma de evitarlo. Pronto quedaré inconsciente otra vez, mi corazón se detendrá y me habré ido para siempre.

Estoy muriendo.

Muriendo en los brazos de la persona que más lo desea.

No puedo seguir luchando contra esto.

No quiero hacerlo y no creo poder soportarlo mucho más tiempo.

Así que en el momento en que cruzamos el umbral de la casa y el aire fresco se cuela hasta mis huesos, cierro los ojos con un suspiro y luego finalmente...

Me dejo ir.

EL CÓDIGO QUE NOS UNE (Edición Final) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora