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Por suerte para todos luego de la plática de ayer con el C

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Por suerte para todos luego de la plática de ayer con el C.G.I, nos dejaron salir al fin del horrendo sótano que ya hacía que me picara la nariz.

He podido volver a mi habitación y todo luce exactamente como lo deje, pero mi casa sigue llena con gente de personal del C.G.I ante la que no puedo evitar sentir como que, en cualquier momento, alguno de ellos entrará en mi habitación y de pronto volveré a ser como Alison.

No puedo ni imaginar la ansiedad que tortura a esa niña cada día de su vida.

La puerta se abre y con ésta me sobresalto manteniendo la mirada en el espejo esperando lograr ver quien entra. Suspiro al encontrar a Sarah.

-Oh, te ves hermosa -dice casi con lágrimas en los ojos-. ¿Estás lista para irte? Levy y los demás ya esperan por ti.

-¿Y mi madre? -inquiero.

No he visto a la mujer en una eternidad. La ultima vez que la vi continuaba medio adormilada, pero desde entonces no se ha vuelto a molestar en aparecer y la verdad es que la necesito conmigo.

-No ha vuelto -responde Sarah con lo que ya esperaba.

Me miro una ultima vez al espejo, esperando que el negro vestido que elegí sea lo suficiente bueno para presentarme ante un juzgado, y arreglo por ultima vez las ondas de mi cabello sobre mi hombro.

-Oye... todo va a salir bien -me dice como si pudiera leer lo que pasa por mi mente y como últimamente lo hago con todo, mis ojos se llenan de lágrimas.

El juzgado donde nos citan es enorme: una sala con muebles tallados en madera oscura llena de sillas del mismo color.

Al fondo de la enorme sala, el escritorio donde pronto estará sentado el juez tiene una enorme y brillante placa dorada con su nombre tallado en ella: «JUEZ WILLIAM FREDERIKSEN».

A su lado, hay un pequeño estrado y frente a estos hay dos mesas; una designada para el demandante y otra para el demandado. Detrás y separado por un barandal se encuentran los lugares destinados a ser ocupados por observadores y testigos que son más de lo que jamás pudiera haber imaginado.

-¡Madison, estás preciosa! -Clarisse me saluda con un beso en la mejilla-. Puedes estar tranquila, lo único que debes hacer es responder con toda la verdad. Yo me encargaré del resto.

-¿Estás segura? -la cuestiono.

-Querida, llevo preparándome años para este momento, nada va a quitarlo de nuestras manos -pellizca mi mejilla como si siguiera siendo una niña y luego intercambia unas cuantas palabras con Dylan y Levy que ya están junto a mí.

-Me siento dentro de una película -Dylan me susurra tratando de aligerar la tensión que está consumiéndonos a ambos desde el interior cuando vamos a sentarnos.

El resto de la sala comienza a llenarse poco a poco; en su mayoría por adultos que tienen alrededor de la edad de mis padres y decenas de ancianos. Algunos de ellos me miran disgustados, otros me muestran sonrisas plásticas y el resto apenas se molestan en mirarme, lo cual agradezco profundamente, entre ellos; los hombres que acompañaban a Wen en Los Ángeles y ambos encargados del C.G.I, quienes intercambian un par de palabras y sonrisas con sus invitados como si estuvieran en una reunión social.

EL CÓDIGO QUE NOS UNE (Edición Final) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora