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Al amanecer, Georgina convoca a una junta en la casa de los Wrestlers y mi madre danza de un lado a otro completamente nerviosa ante la situación

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Al amanecer, Georgina convoca a una junta en la casa de los Wrestlers y mi madre danza de un lado a otro completamente nerviosa ante la situación.

Luego de 20 años representando a la A.I.C.E.I hoy finalmente conocerá al maldito hombre que dirige el Centro de Investigación, para enfrentarlo por el aparente desastre que Madison y yo hemos creado al llevarnos a la niña.

-¿Tienes idea de que es lo que dirán? -le pregunto arreglando mi corbata roja frente al espejo, pero el nudo no parece ceder.

-Georgina piensa que quieren una tregua -comenta ayudándome.

-¿Una tregua?

-Saben que no dejaremos pasar por alto el hecho de que la niña salió del laboratorio y que no dejaremos que la sigan utilizando -contesta-. Así que ofrecerán algo para comprar nuestro silencio.

-¿Y lo aceptarás?

-Los escucharemos y tomaremos la decisión que garantice el bienestar de la niña primero, ella es lo más importante para nosotros -agrega-. ¿Nos vamos?

Asiento y en cuestión de minutos vamos directo a casa de Madison.

Al llegar, de no ser por la situación, pensaría qué hay una lujosa fiesta llevándose acabo aquí dentro, pues todo el camino que lleva a la entrada de la casa está lleno de lujosos autos esperando por sus dueños, que seguramente ya aguardan por nosotros.

-Cuanto dinero en un solo lugar -comento. Mi madre bufa buscando por un lugar donde aparcar.

-No es ni siquiera la cuarta parte de lo que el Centro les proporciona. Todo sea por la Ciencia ¿cierto? -inquiere.

Entramos en la casa y tan pronto cruzamos el umbral acompañados por Teo, los integrantes del C.G.I nos miran como un par de sabuesos a un trozo de filete, y para mi sorpresa es menos gente de la que esperaba luego de la excesiva cantidad de autos afuera.

La mayoría visten su ridícula bata blanca con orgullo dando la impresión de que todo esto se trata de algún tipo de convención y no lo que verdaderamente es.

De entre ellos, busco a las personas que me abordaron el otro día en la carretera, pero ninguno de ellos está aquí, y para mi sorpresa tampoco el dueño de este lugar.

-Hoffman no está aquí -le informo a mi madre de inmediato quien casi al instante sonríe escalofriante hacia Georgina quien se acerca a darnos la bienvenida.

Nos sentamos alrededor del enorme comedor junto a la sala, que hasta ahora que lo veo rodeado de este ambiente, en realidad demuestra ser una sala de juntas para todas éstas personas que, a diferencia de nosotros, ya parecen estar acostumbrados a este tipo de reuniones.

Justo a la cabecera de la enorme mesa, toma asiento el sujeto principal de todo esto: el conocido Raymond Vanderbilt; con un traje color gris y de rayas que contrasta a la perfección en medio de trajes negros y batas blancas. Sus ojos son pequeñísimos y permanecen casi ocultos entre las arrugas que han comenzado a apoderarse de rabillo de éstos. Su cabello café claro está teñido de canas blancas y nos muestra una sonrisa que a pesar de intentar ser amable solo denota seriedad y profesionalismo ante todo esto. No parece ser muy grande, si bien ha de tener cerca de unos cincuenta años, pero lo desgastante de su trabajo quizás sea lo que se ha encargado de darle este aspecto tan acabado.

EL CÓDIGO QUE NOS UNE (Edición Final) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora