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-¡Quédate quieta mocosa! -Sean grita por sobre los llantos de Alison, a quien hago mi mejor intento por sujetar mientras él trata de obtener la muestra de sangre que necesitamos para analizar que todo esté en perfecto orden para cuando Wen vuelva

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Quédate quieta mocosa! -Sean grita por sobre los llantos de Alison, a quien hago mi mejor intento por sujetar mientras él trata de obtener la muestra de sangre que necesitamos para analizar que todo esté en perfecto orden para cuando Wen vuelva.

-No quiero -ella chilla, cuando antes de todo esto se mantenía tan inmóvil como una estatua ante la presencia de una aguja.

-Cálmate, respira conmigo -le digo tratando de tranquilizarla y limpio su cara que está roja de tanto que intenta jalonearse y llorar.

-No... -chilla-, ¡papi! ¡Quiero a papi!

La nueva actitud de la niña me crea un nudo en la garganta y me recuerda a como era Madison en mitad de las pruebas, siempre gritando y suplicando por mi ayuda cuando ellos intentaban tocarla y yo debía hacerme a un lado. Fueron diferentes circunstancias, pues cada que podía yo siempre me escabullía aquí dentro y le daba todo el amor que podía a esa pequeña de ojos verdes cuando nadie me veía, en cambio, Alison jamás tuvo nada de eso en todos sus seis años de vida; no hasta hace poco, cuando conoció a mi hija. Antes solo tenía a Wen que jamás le hizo caso fuera del tiempo de las pruebas, y Sean, que siempre ha mantenido el contacto con ella extremadamente limitado a proporcionarle sus nutrientes, tomarle el peso y la talla cada mañana y nada más.

Una descarga que mi esposo le proporciona en el vientre a la niña y me hace entrecerrar los ojos de solo imaginar el dolor, es lo que finalmente logra detener su rebeldía y ante ello estira su cuerpo como una tabla.

-Fue suficiente -la reprime Sean mientras yo solo observo la indiferencia en sus ojos ante la reacción de la pequeña.

Extraemos la muestra que necesitamos, y luego las siguientes cuatro hasta que la niña termina completamente descompensada.

-Estoy cansada -balbucea y yo le acaricio su inflada mejilla en un intento por tranquilizarla

-Ya vamos a terminar -le digo viendo como sus ojos luchan por cerrarse.

Sean etiqueta los pequeños tubos de las muestras, y mientras uno de nuestros internos comienza a tomar las medidas de la niña como lo hemos hecho siempre, otro médico abre la puerta y entra corriendo en la habitación.

-¡El doctor Hoffman ha llegado! -anuncia.

Sean deja las muestras sobre la mesa.

-Hagan un análisis exhaustivo de la sangre, quiero que busquen cualquier rastro de patógenos y realicen un listado de los anticuerpos nuevos que haya generado -le ordena al joven interno que de inmediato toma nota de sus instrucciones-. Cuando terminen lleven a cabo una prueba de alergias y repórtenme resultados a las cuatro, dieciséis y veinte horas de transcurrida.

Se quita los guantes mirando a la niña ahora completamente inmóvil y pálida en la camilla.

-Está debilitada -señalo cuando ni siquiera me pregunta y asiente.

EL CÓDIGO QUE NOS UNE (Edición Final) ©Where stories live. Discover now