Capítulo 5: malas decisiones

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ATENEA

No tuve tiempo ni siquiera de ponerme detrás de Cameron.

La puerta se abrió y puf, de ella salieron cuatro personas. Cuatro. Y todavía peor, dos de ellas me debían llevar como treinta años.

Oh, no me digas que...

—¡Hijo!

Mi cara se tornó pálida. Cameron estaba en estado de shock, pero reaccionó antes que yo. Se colocó delante de mí y tapó todo mi cuerpo con el suyo. Nunca me había sentido tan diminuta como ahora.

—Hola—los saludó con la mano—. La próxima deberían llamar antes de entrar, podría haber estado completamente desnudo.

Lo miré mejor y vi que solo llevaba puestos unos pantalones de chándal. Pero qué mierda, ¿qué había estado haciendo todo este tiempo?

La señora y el señor estaban dejando cajas en el piso, sin prestarnos mucha atención. Las otras dos personas, una chica y un chico que debían estar en la escuela secundaria, nos miraban divertidos y a la vez horrorizados.

Compartía el último sentimiento.

—Lo siento, cariño. Tienes razón. Y también lamento no avisarte que estábamos aquí, sé que íbamos a llegar mañana, pero...—. La señora se calló cuando nos vio. Levantó las cejas y puso las manos en la cintura—. ¿Es un mal momento, verdad?

No tenía idea.

Apoyé mi frente en la espalda de Cameron, y dio un respingo.

—Sí, ya volvemos.

Dicho esto, básicamente me deslizó a un costado y nos dio la vuelta, quedando él detrás de mí. Caminamos hacia su habitación y cuando entramos, cerró la puerta.

Me senté en la cama y recién ahí me di cuenta que estaba respirando agitadamente. Cameron se apoyó contra la pared, al lado de la puerta, y llevó una mano a su cabeza.

—¿Siempre eres tan inoportuna?

Ah, no, señor.

—Pues no. Ya te dije que tenía mucho frío y por eso salí de allí.

Negó con la cabeza y se acercó a mí. Cuando estuvo a pocos centímetros se agachó y nuestros cuerpos quedaron casi juntos y a la misma altura. Desde este ángulo podía ver perfectamente lo profundo que eran sus ojos.

—No me refería solo a hoy—dijo en un murmullo, y recorrió mi cara con la mirada. Traté de respirar normalmente, pero me lo ponía difícil—. Me refería a todos estos días. Cada vez que apareces dejas un torbellino de cosas detrás.

Tragué saliva y lo miré fijamente.

—Eso es porque tú haces las cosas complicadas.

Se relamió los labios y se acercó más a mí.

Mi corazón estaba tan acelerado que tenía miedo de que dejara de funcionar. Cameron estaba tan pero tan cerca, que si me inclinaba un poco hacia adelante, nuestros pechos quedarían unidos.

Levantó una mano y de a poco la fue acercando a mi hombro. Con un suave movimiento, agarró la tira de mi sujetador y la levantó, para luego dejarla caer, haciendo que el elástico duro rebotara en mi piel.

No me dolió, pero dejó una minúscula quemazón en mi piel.

—¿Te gusta hacer rebotar cosas?—pregunté en un susurro.

Me miró directo a los ojos, y en mi panza aparecieron dinosaurios con alas.

—No tienes ni idea.

Siguió acercándose a mí, con su mano todavía en mi hombro, y no pude evitar notar lo sensible que tenía la piel en esa parte. Cuando sus labios quedaron a la altura de mi oído, volvió a hablar en un susurro:

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora