Capítulo 29: matando zombies con estilo

248 19 0
                                    

CAMERON

Reí al leer el mensaje de Atenea, en donde me preguntaba si el maniático de la limpieza de Jace sabía cómo limpiar un desastre monumental hecho con maquillaje. Se lo pregunté a Jace, que se encontraba al lado mío jugando a un videojuego de matar zombies.

—Cuando tienes que compartir habitación y casa durante años con tus hermanas no te queda más opción que aprender—me respondió y pegó un grito de festejo porque había matado a un zombie—. Era eso o quedarme en posición fetal mirando películas de Barbie.

Reí y me estiré.

—Bueno, Atenea me pregunta si la puedes ayudar. O bueno, a Amber. Tuvieron una explosión de maquillaje o algo así, y la pintura esta en el colchón, las sábanas y un poco en el piso.

Él asintió y le disparó a otro zombie. Le dio de lleno y todas las tripas y la sangre salpicaron la pantalla. Hice una mueca de asco. Este juego era demasiado gráfico.

— ¿De qué tipo de maquillaje estamos hablando?—preguntó y volvió a matar a otro zombie. Un ojo salió volando en su dirección.

Sacudí la cabeza.

—No entiendo cómo es que me haces esa pregunta mientras destripas zombies.

Rio.

—Soy un hombre multifunción, Cam... ¡Mierda!—exclamó cuando un zombie lo mató a él. Pausó el juego y me miró—. Es importante saber el tipo de maquillaje así sé cuántas probabilidades tiene de salir.

Suspiré y le pregunté exactamente eso a Atenea. Me respondió a los pocos segundos.

—Dice que lo más grave es un esmalte color negro.

Jace abrió mucho los ojos y se paró de inmediato.

— ¡Oh, dios! ¡No el esmalte! Ese es nuestro mayor enemigo—dijo y se apresuró a ir al lavadero y abrir las puertas de los productos de limpieza. — ¡Ve prendiendo el auto, Cam! ¡Tenemos que salvar vidas!

Me lo quedé mirando como si hubiera perdido la cabeza. Cuando terminó de agarrar los frascos, vino hacia el salón haciendo equilibrio con ellos. Me miró y frunció el ceño.

— ¿Sigues aquí? Diablos, se nota que nunca te has enfrentado al esmalte. Vamos, mueve el culo, que nos necesitan.

Cinco minutos después, en donde Jace gritó mucho, nos encontrábamos yendo a la residencia de Atenea y...estaba nervioso. Demasiado nervioso. Las palmas de mis manos sudaban y no podía dejar de mover mi pierna izquierda. Verla después de todo lo que habíamos hecho me alteraba más de lo esperado. Toda su mera presencia me alteraba, en realidad. Pero ahora las cosas eran diferentes. Y mi cuerpo lo sabía, porque mi panza parecía albergar una guerra entre mamuts gigantes.

—Cameron, ¿te sientes bien?—preguntó Jace.

Asentí.

—Claro—respondí mientras giraba en una esquina. — ¿Por qué lo preguntas?

—Porque no paras de moverte. Parece que estas matando mosquitos con el pie. Eres una traición para la raza veganística.

Puse los ojos en blanco, pero reí. Jace siempre hacía bromas con el tema del veganismo, y la verdad es que tenían su gracia.

—Cierra el culo, Jace.

No podía revelarle la verdadera razón por la que estaba nervioso, y eso partió un poco mi corazón. Jace se había convertido en mi mejor amigo el mismo día que lo conocí: en el baño de hombres de la universidad. Se le habían quedado atascados los huevos con el cierre de la cremallera y yo, como buen hombre, lo ayudé a que se le desengancharan. O bueno, lo intenté, porque hubo sangre de por medio y lo tuve que llevar al hospital. A partir de ahí, nos fuimos a vivir juntos y forjamos una amistad como la que nunca antes había tenido. Él lo era todo para mí, al igual que mi primo, Luc.

Por eso me detestaba cuando tenía que ocultarles cosas. Solo le había contado que nos besamos, en el cumpleaños de Thomas y ayer en la azotea, y su reacción fue saltar de la alegría mientras que me miraba con preocupación. Una mezcla un tanto extraña, pero que entendía a la perfección, porque así era como me sentía con Atenea todo el tiempo.

Eso me hizo acordar a la charla que habíamos tenido más temprano, en donde Jace me contó lo que había sucedido con Alba, y todo lo que eso conllevaba. Específicamente, la parte en la que llevaban semanas besándose y nadie nunca los había visto. Eso me sorprendió bastante, porque Jace no era discreto, para nada. Así que, luego de insistirle mucho, me terminó confesando que nunca había sentido nada como cuando estaba con Alba, pero que igualmente, no gustaba de ella. No todavía. Yo había soltado una gran carcajada y negado con la cabeza, porque ese era el primer paso para saber que, efectivamente, gustabas de alguien.

— ¿Cuál es su dirección? Creo que estamos cerca—dijo Jace mirando por la ventanilla.

Fruncí la nariz. No tenía idea de cuál era su dirección. Siempre que venía lo hacía de memoria.

—Estamos a dos cuadras.

Jace se me quedó mirando fijamente.

— ¿Qué?—dije y lo miré de reojo.

Suspiró.

—Cameron.

Lo volví a mirar de reojo.

—Jace.

Volvió a suspirar.

—Dímelo.

Fruncí el ceño y estacioné en el primer lugar libre que encontré. Lo miré arqueando una ceja.

—No sé de qué me hablas.

Jace puso cara de «no me jodas».

—Cam, ¿sabes que puedes confiar en mí, verdad? Eres mi hermano—dijo y se quedó en silencio. — ¡Sorpresa! Eres adoptado, en realidad mi madre es tu madre...

Largué una carcajada y le di un puñetazo en el hombro. Él también rio y abrió la puerta. Yo lo copie, y juntos subimos a la habitación de Atenea. Jace no comentó más nada, pero tenía la sensación de que sabía que me ocurría algo.

Llegamos a la puerta de Atenea y golpeé con los nudillos. Mis manos habían dejado de sudar y mi pierna estaba quieta, pero mi corazón parecía una maldita montaña rusa. Estaba acelerado, nervioso y entusiasmado.

No sabía que los sentimientos eran así de intensos.

Atenea nos abrió a los pocos segundos y traté de no echarme a reír por su expresión. Estaba despeinada, con una remera que estaba caída de costado y dejaba un hombro al descubierto, y una gran mueca de enfado en la cara.

—He venido a cumplir una misión. No me molesten—se apresuró a decir Jace y entró inmediatamente en la habitación.

Atenea lo miró raro, y luego me miró a mí con una ceja arqueada.

— ¿Algo que deba saber sobre por qué Jace se comporta como si estuviera a punto de ir a una reunión militar?

—Nop.

Asintió. Y luego sonrió un poco de costado.

—Hola—dijo en voz un poco más baja y arrimó un poco la puerta, saliendo al rellano.

Me adelanté, y sin siquiera pensarlo, la besé. Rápido y profundo, metí mi lengua adentro de su boca unos segundos, y luego me alejé completamente, agitado.

—Hola—murmuré, con voz ronca.

Ella me miraba sorprendida. Parpadeó un par de veces y negó con la cabeza.

—Eres un irresponsable y atrevido, Cameron—susurró, y se relamió los labios.

Tuve que respirar muy hondo para no volverla a besar.

—Lo sé. Y te encanta.

Rio entre dientes.

—Tienes razón. Ven, pasa.

Abrió la puerta y entramos. Amber estaba sentada en la cama y Jace estaba acostado en el piso con guantes de látex puestos y un trapo, y estaba vertiendo un contenido líquido transparente en un medidor. Levantó la cabeza al vernos entrar y levantó una de las manos.

—Alto ahí. No pueden pasar—dijo y siguió vertiendo el líquido—. La habitación es demasiado pequeña para cuatro personas y este monstruo del esmalte. Así que váyanse. Coman una pizza, no sé. Pero no los quiero aquí. 

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora