Capítulo 45: el campamento

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ATENEA

Me estaba helando. Ninguno de mis abrigos era lo suficientemente abrigado para este clima. Si bien en este Estado no solía hacer mucho frío, al encontrarme en el medio de la nada y encima a pocos metros de un lago, la temperatura había bajado bastante.

Tirité una vez más y me senté al lado de los amigos de Adam. No sabía cómo es que él y mi hermano habían empezado a hablar, pero la mayoría de ellos parecían ser simpáticos.

Amber me había algo así como extorsionado para que viniera al campamento. Me negué todo lo que pude, pero hoy a la mañana amanecí con un bolso arriba mío y una mirada de Amber muy intimidante. Me había dicho unas cien veces que disfrutar del aire puro me haría bien y que no me tenía que preocupar por Cameron. Al final, me había convencido diciéndome que iba a poder mirar a las estrellas sin contaminación lumínica. Y eso...bueno, eso fue todo.

Miré a mi alrededor y vi que Thomas estaba desnudándose junto con Jace, y para mi sorpresa también Amber, para meterse en el lago. No sabía qué mosca le había picado, pero estaban decididos a hacer aquello. Yo de solo imaginarme metiéndome en el lago todo oscuro me daban escalofríos. En estas ocasiones era en las que creía que los monstruos submarinos existían.

— ¿Tú no arriesgarás a morirte de hipotermia para luego contarle a tus hijos de esta maravillosa experiencia?

La voz provino de un chico que no había visto hasta recién, y se sentó al lado mío. Tenía el pelo claro como el sol y unos ojos avellanas muy chispeantes. Estaba fumando un cigarrillo y fruncí la nariz cuando el humo llegó hasta mí. Él ni se percató.

— ¿Quién dijo que quería tener hijos?—repliqué.

Él sonrió.

Touché—me señaló con el dedo.

Yo le sonreí un poco y di un respingo cuando una oleada de frío volvió a azotar mi piel. Me encogí más en el tronco y traté de meter la barbilla dentro de la campera.

El desconocido me miraba divertido.

—Tienes frío—señaló.

Asentí.

—Sinceramente, no sé cómo los demás están tan bien. Yo me estoy helando—respondí y miré a mí alrededor.

Las personas parecían estar en un campamento de verano, todos en remera y shorts. Había una o dos personas más abrigadas como yo, pero el resto parecía ser atérmico.

El chico sonrió de costado.

—Ten, toma mi campera—me ofreció y agarró una gran campera que estaba a su lado. Me la tendió y la acepté, dudosa.

—¿Estas seguro? ¿No tienes frío?

Se encogió de hombros y le dio una calada al cigarrillo.

—Qué va, no estoy temblando como tú.

Asentí.

—Gracias.

Me puse la campera arriba de mi otra campera, gracias a que era enorme, y reí al verme. Parecía un gran oso. Tenía tantas capas de ropa abajo que ya no sabía en qué parte estaba mi cuerpo.

— ¿Cómo te llamas?—le pregunté y agarré una lata de cerveza que había en frente mío. Alguien había dejado un par ahí, cerradas, así que aproveché.

—Me llamo Elijah—dijo y sonrió de costado. Se le formó un hoyuelo que lo hizo lucir más tierno de lo que ya lucía. — ¿Y tú?

—Atenea—dije y tomé un sorbo de la cerveza. No me sorprendí al encontrarla fría.

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