Capítulo 41: piercing=crisis existencial

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ATENEA

Hice una mueca al pasar el hisopo con el líquido desinfectante por el agujero de mi piercing. Lo estaba desinfectando, como todos los días. Honestamente, no tenía idea de por qué me lo había hecho. El domingo me había levantado con ganas de matar algo, y hacerme un arito me pareció la mejor opción.

Amber me había acompañado y se había muerto de risa cuando le dije lo que me quería hacer. Dijo algo así como que hacerse un piercing después de algún trauma emocional era una forma de descargo. A mí me daba igual. Solo quería hacérmelo.

Suspiré y dejé de tocarlo. Había elegido un top especialmente corto, que se separaba en el medio de mis pechos y luego se unía más abajo. Era de color azul y combinaba con mis ojos. En la parte de abajo tenía una falda tan corta que, si me agachaba, iban a tener demasiadas buenas vistas. El look lo completaban unas botas altas por arriba de mi rodilla color negras que le daban el toque al conjunto. Hacía un frío que te morías afuera, porque era invierno, así que planeaba llevar un gran abrigo a la azotea.

Me sentía bien. Lista para dar batalla.

Si no pensaba en él, claro.

La semana había sido horrible. Exámenes, risas forzadas, llantos a escondidas y un corazón que se negaba a sanar. Cada vez que me cruzaba a Cameron, una astilla volvía a clavarse en él y no salía, aunque lo intentara. Siempre terminábamos chocando en el campus. Sobre todo, en los edificios. Cada vez que eso sucedía, nuestras miradas se encontraban, se enredaban, daban mil vueltas y se negaban a soltarse. Armaban un manojo del cual era casi imposible escapar. Y esos momentos, que eran instantes, eran tan intensos como cuando lo besaba. Todo mi cuerpo temblaba bajo su mirada y mi corazón se volvía loco. Me costaba horrores volver a estar normal luego de verlo así.

Por eso estaba contenta con esta noche. Según lo que Alba me había contado, Cameron no iba a venir, así que estaba libre de llantos, libre de él.

Suspiré y me miré al espejo. Esas eran puras mentiras. ¿Libre de él? ¿Cómo, si era en lo único que pensaba todo el tiempo? Si cada noche antes de irme a dormir, veía que me estaba escribiendo un mensaje y luego lo borraba. Esos tres malditos puntitos aparecían siempre a la misma hora y me había hecho adicta a verlos. A imaginarme las palabras que me quería decir y a conocer la razón de por qué no lo hacía, no apretaba el maldito botón azul de enviar y acababa con mi sufrimiento.

Quería saber cuál era su freno. Qué pensamiento se cruzaba por su cabeza cada vez que lo borraba y la pantalla volvía a estar vacía otra vez.

—Oh, por dios—. Amber apareció por el costado mío. Estábamos en el baño de la residencia, poniéndonos listas para ir a la fiesta—. Estas espléndida, Atenea. Ese piercing te queda fenomenal.

—Gracias, a ti también—le respondí y le miré la oreja izquierda. Como excusa de que no me quería dejar sola, ella se había hecho dos en la oreja. Tenía forma de barra y le atravesaba todo el cartílago. Casi me desmayo cuando vi cómo se lo hacían.

Su celular vibró y leyó el mensaje:

—Thomas ya esta aquí, en la azotea.

Asentí.

—Adelántate, ya voy.

Ella me miró y me dio un sonoro beso en la mejilla.

—Auch—dije y me la froté. Me había dolido un poco— ¿Esa muestra de cariño por qué fue?

Sonrió y nuestros ojos se encontraron en el espejo. Llevaba un vestido rosa que resaltaba su cabellera negra.

—Estoy orgullosa de ti. Sé que sigues llorando en la ducha, y eso esta bien. Pero también sé que te has levantado y seguido para adelante—me do un apretón en el hombro. —Solo recuérdalo.

Miradas cruzadasWhere stories live. Discover now