Capítulo 3 : Xelta

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—El rojo. Definitivamente el rojo.

Volví a mirar mi silueta en el espejo y sonreí ante la imagen. Me sentía sexy. Muy sexy.

Amber se estaba maquillando en el espejo que teníamos en nuestra habitación, que en este momento tenía ropa tirada por todas partes. Para ahogar mis penas sobre la futura asignatura suspendida y olvidarme acerca de que el chico de mis sueños es más bien el de los sueños de Cruellla de Vil, habíamos decidido salir a una discoteca. Por alguna razón, las clases empezaron un viernes, así que aquí estaba, a punto de tener mi primera fiesta universitaria.

Alba me había prestado un vestido suyo que amaba: era rojo, strapless y corto. Hacía que mi pelo ya de por sí rubio pareciera sedoso y brillante, y que mis ojos azules resaltaran más. Amber se había decidido por un conjunto negro, que le quedaba de maravilla. Esta noche íbamos a ser nosotras dos junto con Thomas y Noah, porque las demás tenían una fiesta de cumpleaños.

Volví a mirar mi imágen por última vez, y cuando terminé de convencerme a mí misma que llevar los labios también de color rojo no era algo bestial, salimos al exterior.

Thomas nos estaba esperando en la puerta de mi residencia, apoyado en su Jeep. Tenía las piernas cruzadas y el pelo, rubio como el mío, despeinado. A menudo la gente nos preguntaba a Alba, Thomas y a mí si éramos trillizos, porque teníamos el mismo color de pelo y ojos, pero se llevaban una gran decepción cuando les contábamos que en realidad nos llevábamos un año entre todos.

—Buenas noches, universitarias—nos saludó Thomas y sonrió. Se separó del auto para darme un abrazo. Apreté sus fuertes músculos y luego lo dejé ir.

Amber lo saludó con una sonrisa tímida, y traté de no reírme en voz fuerte. La chica tenía un serio enamoramiento por mi hermano, del cual todavía no me había dicho nada, pero se le notaba.

—¿A dónde vamos?—pregunté mientras me subía en el asiento trasero y saludaba a Noah. Sabía que íbamos a un club, pero no cuál era.

Thomas se pasó una mano por el pelo y puso el auto en marcha.

—Íbamos a ir a uno que queda cerca de aquí, pero ya no hay más lugar. Así que iremos a Xelta.

Fruncí mi nariz.

—¿Xelta? Que nombre más extraño.

Noah asintió con la cabeza.

—Sí, pero es el segundo mejor club que tenemos por aquí. Así que no lo ofendas.

Sonreí.

El viaje se pasó rápido, en especial, porque Thomas creía que vivía en un mundo donde las leyes de velocidad no existían. Cuando nos bajamos del auto, vi que había cuadras de cola para entrar al club. Cuadras enteras.

—No pienso estar todo ese tiempo parada—sentenció Amber y miró con desprecio a la cantidad de personas que había afuera.

No pude evitar reír. Amber era como una princesita. Su cara era angelical y siempre tenía mucha gracia, especialmente por cómo se vestía. Pero su carácter, bueno...

—Pues no tendrá que hacerlo, reina Isabel—Noah puso los ojos en blanco y comenzó a caminar para el lado contrario a la fila—. Resulta que este chico tiene contactos, sabes—se señaló con el pulgar.

Levanté una ceja.

—¿Tus contactos nos conseguirán entradas instantáneas?

Hizo una mueca.

—Algo así.

Miré a Thomas, confundida, pero este sonrió y negó con la cabeza.

Caminamos un par de metros más y llegamos a una especie de puerta secreta. Y digo "especie" porque, si bien era negra y se camuflaba un poco con la pared, tenía un picaporte más grande que el pie de la hermanastra de Cenicienta.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora