Capítulo 50: el final no se acerca, porque ya llegó.

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CAMERON

El viento sopló de nuevo en mi cara y tirité. No hacía mucho frío, pero el aire que corría me estaba congelando los huesos. Salí de la oficina en la que había estado con el entrenador Fitz durante como una hora y me dirigí hacia mi auto.

El sábado varios reclutadores preguntaron por mí. Parecía ser que mi trasero había sido todo un éxito. Equipos de este Estado, de Chicago, de Portland y de Nueva York querían que jugara para ellos. Me sentía halagado y nervioso, porque allí estaba la oportunidad que toda la vida había estado buscando. La oportunidad de darle a mi familia y a mí la vida que merecemos.

Los contratos eran con sumas loquísimas de dinero que ni siquiera sabía cómo se decían, y según lo que había hablado recién con Fitz, todo el resto estaba en orden. La decisión sobre a qué equipo ir era mía.

Ingresé a mi auto y conduje de nuevo hacia mi casa. En navidad, había hecho video llamada con mi familia y fue bastante divertido, pero hoy, que era año nuevo, prefería pasarla sin hablar con nadie. Jace casi me obliga a irme con él de vacaciones, pero tuve que rechazarle la invitación porque no me sentía cómodo con que me invitara todo él, y yo no podía pagar tantos días y tantas cosas.

Llegué a mi departamento, con las calles desoladas porque todos los estudiantes se habían ido, y me eché en el sofá. Antes de irme había cocinado una pizza de vegetales que me estaba llamando a gritos, aunque faltaran horas para que anocheciera.

Suspiré y relajé mi cabeza contra el respaldo. Cada momento que tenía libre, me lo pasaba pensando en ella. Mi mente se había vuelto adicta a recordarla en loop. Hacía un par de noches había dejado de escribirle párrafos enteros y borrarlos, porque sentía que le hacía daño a ella y a mí. Sabía que ella era consciente de que escribía, porque siempre me aparecía que estaba en línea a esa hora. Podía sentir a través de la distancia cómo los dos nos quedábamos mirando el celular, a la espera de que envíe mi mensaje, y a la espera de que ella me ponga por qué rayos los eliminaba todas las noches.

Pero eso no sucedió, y como había estado tantas veces a punto de enviar los menajes, hoy había decidido bloquearla, para no tentarme y para no tentarla. Las cosas eran mejores así.

Pasé el resto de la tarde jugando a matar zombies, hasta que el timbre sonó. Fruncí el ceño, pero no pausé el juego. No había pedido nada ni esperaba a nadie, así que seguro se habían confundido.

Pero no, el timbre siguió sonando una y otra vez, y parecía que iba a explotar. Diablos. Me levanté rápido del sofá y fui corriendo a la puerta. No miré ni quién era, simplemente la abrí y me quedé parado como una puta estatua.

Atenea estaba allí. En frente mío. Tenía una maleta pequeña, un gorro de lana rojo y una mirada que no era tan transparente como antes. Su nariz estaba roja por el frío y una gran campera le tapaba todo el cuerpo.

Nos quedamos mirándonos como si fuera la primera vez que nos veíamos.

—Me has bloqueado.

Parpadeé y miré detrás de ella, para luego volver mi vista a su maleta.

— ¿Qué haces aquí?—pregunté, despacio.

Ella ni se inmutó.

—Me has bloqueado—volvió a repetir.

Asentí.

—Sí. ¿Te has tomado un avión solo para decirme eso?

No parpadeó. No hizo nada. Me estaba mirando como si fuera un árbol, sin ninguna emoción, y me preocupé un poco. Ella era muy expresiva. ¿Estaría drogada?

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora