CAMERON
El viento sopló de nuevo en mi cara y tirité. No hacía mucho frío, pero el aire que corría me estaba congelando los huesos. Salí de la oficina en la que había estado con el entrenador Fitz durante como una hora y me dirigí hacia mi auto.
El sábado varios reclutadores preguntaron por mí. Parecía ser que mi trasero había sido todo un éxito. Equipos de este Estado, de Chicago, de Portland y de Nueva York querían que jugara para ellos. Me sentía halagado y nervioso, porque allí estaba la oportunidad que toda la vida había estado buscando. La oportunidad de darle a mi familia y a mí la vida que merecemos.
Los contratos eran con sumas loquísimas de dinero que ni siquiera sabía cómo se decían, y según lo que había hablado recién con Fitz, todo el resto estaba en orden. La decisión sobre a qué equipo ir era mía.
Ingresé a mi auto y conduje de nuevo hacia mi casa. En navidad, había hecho video llamada con mi familia y fue bastante divertido, pero hoy, que era año nuevo, prefería pasarla sin hablar con nadie. Jace casi me obliga a irme con él de vacaciones, pero tuve que rechazarle la invitación porque no me sentía cómodo con que me invitara todo él, y yo no podía pagar tantos días y tantas cosas.
Llegué a mi departamento, con las calles desoladas porque todos los estudiantes se habían ido, y me eché en el sofá. Antes de irme había cocinado una pizza de vegetales que me estaba llamando a gritos, aunque faltaran horas para que anocheciera.
Suspiré y relajé mi cabeza contra el respaldo. Cada momento que tenía libre, me lo pasaba pensando en ella. Mi mente se había vuelto adicta a recordarla en loop. Hacía un par de noches había dejado de escribirle párrafos enteros y borrarlos, porque sentía que le hacía daño a ella y a mí. Sabía que ella era consciente de que escribía, porque siempre me aparecía que estaba en línea a esa hora. Podía sentir a través de la distancia cómo los dos nos quedábamos mirando el celular, a la espera de que envíe mi mensaje, y a la espera de que ella me ponga por qué rayos los eliminaba todas las noches.
Pero eso no sucedió, y como había estado tantas veces a punto de enviar los menajes, hoy había decidido bloquearla, para no tentarme y para no tentarla. Las cosas eran mejores así.
Pasé el resto de la tarde jugando a matar zombies, hasta que el timbre sonó. Fruncí el ceño, pero no pausé el juego. No había pedido nada ni esperaba a nadie, así que seguro se habían confundido.
Pero no, el timbre siguió sonando una y otra vez, y parecía que iba a explotar. Diablos. Me levanté rápido del sofá y fui corriendo a la puerta. No miré ni quién era, simplemente la abrí y me quedé parado como una puta estatua.
Atenea estaba allí. En frente mío. Tenía una maleta pequeña, un gorro de lana rojo y una mirada que no era tan transparente como antes. Su nariz estaba roja por el frío y una gran campera le tapaba todo el cuerpo.
Nos quedamos mirándonos como si fuera la primera vez que nos veíamos.
—Me has bloqueado.
Parpadeé y miré detrás de ella, para luego volver mi vista a su maleta.
— ¿Qué haces aquí?—pregunté, despacio.
Ella ni se inmutó.
—Me has bloqueado—volvió a repetir.
Asentí.
—Sí. ¿Te has tomado un avión solo para decirme eso?
No parpadeó. No hizo nada. Me estaba mirando como si fuera un árbol, sin ninguna emoción, y me preocupé un poco. Ella era muy expresiva. ¿Estaría drogada?

YOU ARE READING
Miradas cruzadas
ChickLit«Mi día perfecto sería pasarlo contigo cada segundo. Siempre contigo, Atenea. Soy tuyo desde incluso antes de saberlo. Haz robado cada parte de mí». ¿Qué pasa si el chico del que estas enamorada te odia? Atenea estaba entusiasmada por empezar su pr...