Capítulo 48: el final del camino

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CAMERON

Hacía exactamente 11 días que mi cuerpo no tocaba el suyo. Que mis labios no la besaban. Que no la podía hacer reír. Diez putos días. Más de doscientas sesenta horas. Más de novecientos cincuenta mil segundos.

Un mismísimo infierno.

No habíamos vuelto a hablar desde que pasamos la noche juntos en aquella maldita tienda de campaña. Luego de decirle esa frase asquerosa, pareció quedarse dormida, porque cerró los ojos y no los volvió a abrir hasta la mañana siguiente. Yo, por mi parte, me había quedado toda la noche pensando. Sabía que no podíamos volver a hacer nada, así que simplemente ignoré su cercanía y lo que me generaba. Había tomado una decisión, que era seguir separados, porque eso era lo correcto.

Luego de estar entrenando todos los días tantas horas y de una manera tan intensiva, mis músculos casi que tenían vida propia. Sinceramente, no me importaban, solo quería poder descargarme de algún modo, y el gimnasio y el vóley lo estaban logrando.

Habíamos entrenado más duro de lo normal porque se acercaba el último campeonato. El entrenador Fitzgerald hizo sonar el último silbato y el partido terminó. Este fin de semana iríamos a jugar a un pueblo cerca de aquí, que era realmente bueno, y quería que estemos a su altura.

— ¡Groove, ven aquí!—me llamó el entrenador desde el otro lado de la cancha, y fui corriendo hacia él. Tyler, un compañero, me palmeó la espalda cuando pasé por su lado.

—Entrenador Fitzgerald—le dije y asentí con la cabeza.

Debía estar en sus cuarenta años, y honestamente, esperaba estar así a su edad. Su figura era espléndida, se notaba que todavía practicaba algún deporte (aunque, obviamente, jamás lo había visto ni levantar una pierna). Su pelo rubio se mantenía oculto bajo la gorra que traía siempre y esos ojos verdes me miraban seriamente.

—Tengo buenas noticias para ti—levantó ambas cejas.

El entrenador me caía excelente. Gracias a él, me habían dado una beca completa en esta universidad, así que no podía quejarme de nada. Era medio hosco y serio, pero casi todos los entrenadores eran así.

— ¿Qué noticias?—pregunté, confundido, porque que supiera, no había estado pasando nada.

—En el juego del sábado van a haber reclutadores de las ligas importantes, Cameron. Y van a tener la mirada en ti, ya que eres el capitán.

Levanté mis cejas, asombrado.

— ¿Hablas en serio?

Asintió.

—Claro que hablo en serio. ¿Alguna vez miento?

Reí entre dientes.

—Que yo sepa, no.

Me miró fijo unos minutos y luego sonrió de costado. Eso, o había tenido un espasmo en el labio. Nunca se sabía con él.

—Entonces, créeme. Tienes que estar a su altura. Esta podría ser tu gran oportunidad, chico. Mantén la mente en esto, ¿sí? Sé que puedes lograrlo—. Se llevó el silbato a la boca y lo hizo sonar, dejándome un poco sordo—. ¡Johnson, deja de molestar a Williams! ¡No estas en la secundaria, carajo!

Abrí mis ojos y observé cómo mis compañeros trataban de aguantar la risa y se sentaban en seguida en las bancas. Fitzgerlad era duro cuando quería, pero sabía que en el fondo nos tenía mucho aprecio.

—Estos chicos, en cambio, no sé ni cómo se cambian los calzones. Las esperanzas están en ti—me dijo y me palmeó el hombro—. Sin presiones.

Bueno, muy pero muy en el fondo les tenía aprecio.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora