Capítulo 4 : confratenizando con el enemigo

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ATENEA

Luego de todo un día de clases me encontraba agotada. Solo era lunes, pero parecía que había empezado a cursar hacía semanas. Alba se encontraba junto a mí, tirada en su manta encima del césped, con los auriculares puestos y los ojos cerrados.

Yo no podía parar de mirarlo todo. Era muy raro estar aquí. Ver a la gente ir venir, a los grupos de amigos reírse, caminar, correr. Todos tan jóvenes e independientes...

—Extraño a mamá—exclamé en voz alta—. Y a papá. Oh, echo mucho de menos la comida de papá.

Alba no dijo nada y supuse que debía tener el volumen muy fuerte. No me importó. Solo necesitaba decirlo en voz alta.

Las comidas de mi padre eran las mejores. Era un hombre muy sociable, así que siempre hacía reuniones y cocinaba para muchas personas. Era gentil y cálido, un poco lo contrario a mi madre, que a veces era un poco fría y no había heredado las cualidades culinarias que él sí.

Suspiré y me acosté arriba de mi manta. El cielo estaba gris, en cualquier momento comenzaría a llover. Y no tenía ganas de que pasara eso. Lo que menos quería era quedarme encerrada en mi habitación mirando películas malas.

Necesitaba hacer algo productivo.

Me incorporé apoyando mis antebrazos y seguí mirando el gran edificio que estaba en frente nuestro. Por lo que sabía, ahí adentro estaba el gimnasio y varias canchas de baloncesto y vóley, y creía que del otro lado estaba la cancha de fútbol americano.

Estaba tratando de recordar cómo eran, porque solo las vi el primer día que llegué, cuando un bolso azul me llamó la atención.

Cameron estaba caminando en dirección al edificio. Estaba cabizbajo, con el bolso colgando al lado de su cuerpo. Tenía una remera apretada que dejaba ver lo musculoso que era, y no pude evitar que mi corazón se acelerara.

Como si me hubiese leído la mente, en ese momento levantó su cabeza y me miró. Me quedé congelada. Me mantuvo la mirada unos segundos. Luego, frunció el ceño y se volvió para entrar por la puerta del edificio.

Yo tenía el corazón desbocado.

Volvíamos a hacer contacto visual. Otra vez.

—Realmente se te cae la baba por ese chico—Alba me miraba, divertida. No sabía en qué momento se había incorporado y dejado de escuchar música, porque ahora estaba tan atenta como un halcón.

—No puedo evitarlo. Te juro que trato de que al menos me caiga mal, pero es tan perfecto...

Rio.

—Sí, es como un experimento de creación perfecta; pero el interior, Atenea, el interior es lo que cuenta—negó con la cabeza y se sentó.—Y su interior esta lleno de los muñecos de Coraline—. Fingió tener un escalofrío.

Reí y me senté como ella.

—Tienes razón.

Luego de una hora en donde hablamos de tonterías, se largó a llover. Alba se fue a su residencia, pero yo debía hacer una cosa que incluía perder mi dignidad por tercera vez esta semana. Necesitaba conseguir que Cameron hiciera el trabajo conmigo. Realmente no quería suspender la asignatura, y yo no había hecho nada para que me odiara de la manera en que lo hacía. Así que, junté mis ovarios y mi bolso, y corrí bajo la tormenta. Llovía tanto que mi pelo ya estaba chorreando y toda mi campera celeste parecía gris. No había traído paraguas, y me imaginé a mi madre regañándome.

Cuando llegué al edificio del gimnasio me dispuse a pasar, pero claro, no tenía la tarjeta con el pase. Soltando una maldición, traté de pegarme a la pared, porque no había techo y necesitaba esperar allí.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora