Capítulo 30: cita falsa

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CAMERON

 Fruncí el ceño y miré a Amber, que se encontraba embobada viendo como los bíceps de Jace se flexionaban a medida que inclinaba el frasco con el líquido.

—Entiendo...—dije estirando la palabra. No sabía si Jace nos echaba por eso o porque quería estar a solas con Amber. Esperaba que sea lo primero, porque no quería que se metiera en líos con Alba.

Atenea los miró dudosa, y Amber asintió con la cabeza en su dirección.

—Ve, tranquila. No me morderá. Y si lo hace, será por voluntad propia.

Jace arqueó las cejas y miró a Amber de reojo.

—Me caes bien—le dijo y siguió vertiendo el líquido.

Atenea tenía una mueca de asco en su cara.

—Bien. Pero Jace, no hagas algo de lo que me arrepienta después—le lanzó una mirada de advertencia, agarró sus pertenencias y salimos de allí. Una vez en el auto, nos quedamos mirándonos uno segundos antes de que ella se inclinara hacia mí y básicamente devorara mi boca.

Solté un gemido cuando nuestras lenguas se tocaron y ella jaló de mi cabello.

—Espera, espera—le dije, agitado y me aparté un poco. —Estaba planeando que vayamos a ir a comer una pizza en serio. Pero si sigues así no nos iremos más.

Se relamió los labios y asintió con la cabeza, poniéndose el cinturón de seguridad.

—Bien, tú ganas. Pero solo porque no tengo ganas de hacerlo aquí en el medio de la calle—. Frunció la nariz. —Soy una chica con clase, ¿sabes?

Reí.

—Claro que sí, reina Chatzi. Jamás hubiese imaginado lo contrario.

Puso los ojos en blanco y arranqué el auto.

— ¿A dónde iremos?—preguntó.

—A un restaurante vegano que es muy bueno. Tienen las mejores pizzas de la ciudad.

—Oh, cierto, había olvidado que no comías cadáveres—dijo, con una sonrisa—. ¿Desde cuándo no lo haces?

Entorné los ojos y la miré de reojo ante su comentario.

—Pues no como cadáveres desde los 11 años. O sea, hace 9 años.

Ella parpadeó.

—Vaya, eso es mucho tiempo—comentó y subió las piernas al salpicadero. — ¿Por qué decidiste dejar de hacerlo?

Suspiré y me detuve en una luz roja. Aproveché para mirarla, y mi corazón dio un brinco. Se veía relajada. Con los tobillos cruzados, las manos en los bolsillos y la cabeza inclinada hacia un costado. No pude evitar ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja, y esa simple caricia hizo que mi cuerpo hirviera.

No quería pensar mucho lo que eso significaba, pero suponía que estaba en el mismo camino que Jace. No me gustaba Atenea. Para nada. Mis reacciones corporales eran totalmente justificables.

Si eso fuera verdad, estaría salvado.

—Mis abuelos tenían un campo—comencé a explicarle—. Siempre íbamos, y cada vez que lo hacíamos, me prohibían entrar en una de las zonas a mí y a mis hermanos. Un día, a los 11, me harté de no saber qué se hacía en esa parte. Mi curiosidad era demasiada y era todo un misterio para mí. Así que me escondí un día entre la paja del lugar y entré a hurtadillas—respiré hondo al acordarme de uno de los peores días de mi vida. De esos que te marcan para siempre. Podía sentir exactamente todas las emociones que tuve en ese momento, como mi corazón quería salir de mi cuerpo y no volver nunca más.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora