Capítulo 44: el viaje interminable

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CAMERON

Cuando la mamá de Luc nos regaló el auto a mi familia y a mí, yo estaba más que feliz. Recién había cumplido los 16 años y en ese momento todo me parecía fascinante y divertido. Recordaba el día que vino con la noticia. Yo estaba cocinando en mi hogar y se apareció de repente, exigiendo una reunión familiar. Ahí nos lo explicó todo, que el auto no lo iban a usar más porque el padre de Luc había adquirido uno mejor, y que nos lo querían regalar para que podamos tener más movilidad. En ese momento, habíamos terminado de pasar nuestro bache de muy mala economía, en donde casi perdemos todo, y en donde la familia de Luc nos regaló hasta lo que no tenían para poder mantenernos a salvo.

Mi madre se había negado rotundamente a aceptarlo, porque le parecía demasiado, pero mi tía, Anna, no dio su brazo a torcer, y nos dejó arriba de la mesa de cocina las llaves y todos los documentos necesarios, ignorando los gritos de mi madre.

Años después, el auto seguía conmigo. No consumía casi nada de gasolina así que no me suponía un gasto, y lo usaba mucho. Mis padres habían insistido en que me lo trajera a la universidad, porque ellos con los años habían adquirido otro.

Pero en este momento, me arrepentía un poco de la decisión que había tomado.

Nos estábamos preparando para partir hacia el campamento en donde nos quedaríamos durante los próximos dos días, por el festejo del cumpleaños de Luc. Honestamente, estaba emocionado con la idea de pasar una hora al volante, viendo los paisajes y relajándome con mis amigos. Noah no había podido venir porque se juntaría con su familia, pero Thomas sí, aunque no me importaba. Este fin de semana intentaría olvidarme de ella, si era posible, para siempre. Le había dado muchas vueltas a la situación, y la conclusión siempre había estado allí: debía alejarme completamente.

Jace estaba intentado meter una valija en el maletero de mi auto que parecía recién sacada de una película de Barbie. Era de color rosa chillón y tenía cuatro ruedas que cuando se deslizaban por el piso hacían luces. Era realmente todo un espectáculo.

—Jace, ¿quiero saber por qué tienes una maleta que parece sacada de una discoteca de Barbyland?—le pregunté, mientras miraba cómo sus músculos hacían un gran esfuerzo para que la maleta entrara.

Hizo un poco de fuerza más y luego giró su cara hacia mí, con los ojos desorbitados. Me recordó un poco al exorcista.

—Porque—jaló más la maleta y gruñó—. A veces, uno debe...—volvió a jalar y lanzó un pequeño gritito—. ¡Aceptar lo que le tocó de destino!—empujó una última vez y lanzó un grito de guerra que hizo que un par de chicas lo miraran y salieran corriendo de allí.

Yo me alejé un par de pasos del auto.

— ¿Y tu destino es ser una princesa de Barbie?—Luc apareció por el costado, cargando un pequeño bolso de mano, a diferencia de Jace, que estaba seguro de que había empacado un fortificador de uñas por si se le rompía alguna.

Jace se apoyó la espalda contra la maleta sobresalida del maletero. Pareció rendirse, porque se desplomó sobre las dos ruedas que quedaban a su altura. Lucía exhausto.

—No quiero ser una princesa—le respondió a Luc y puso los ojos en blanco—. Aunque no estaría nada mal tener un Ken para mí, ya te digo...Y me divertiría conquistando el mundo de Barbie y abriendo mi propio local de vestidos.

Yo lo miraba atónito.

— ¿Luc, te has tomado algo especial antes de salir de la casa?—le pregunté y lo miré con cautela.

Él resopló y volvió a pararse normal. Tenía toda la cara roja por el esfuerzo de poner la valija en el maletero, aunque no le había dado resultado.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora