Capítulo 36: ¿Poseidón? Testigo de la lujuria

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CAMERON

Ver cómo el jodido de Jude hablaba con Atenea me hacía sentir como en un deja vu. Es decir, a cuando no la podía tener porque seguía mis principios morales. Ahora que ya no los seguía más, estaba a un paso de arrastrarla fuera de este lugar.

Y eso estaba tan jodido como clavarme un cuchillo en el corazón.

No podía creer que había llegado a este punto. En el que dé solo verla, imaginarla y sentir que me la arrancaban de las manos me ponía tan mal, tan inseguro.

Porque no debería ser así.

Pero ver a chicos como Jude, que compartían no solo la experiencia de haber estado con ella, sino también que compartía su pasión por la pintura y encima por las clases de cine, era un recordatorio de que lo mío con Atenea no era algo permanente. No teníamos futuro. No teníamos garantizado ni el mañana. Porque un día el Cameron moral podía volver y hacer todo añicos. Y ese día, sabía con todas mis fuerzas de que iba a romper dos cosas: su corazón y el mío.

Pero el destino era tan jodido, que en cualquier momento podía pasar. Porque esta versión de mi misma en realidad no estaba permitida, no después de aquella tarde, en donde con solo 16 años había hecho una promesa que años después me estaba cagando la vida. Miré mi tatuaje y maldije. De todas las decisiones que había tomado, ese tatuaje fue uno de los peores.

Llevé mi copa de champagne a mis labios y me lo bajé de un trago. Odiaba el champagne, era caro y feo, pero esta noche lo iba a necesitar.

—Alguien tiene sed—Alba apareció al lado mío y miró en donde mis ojos estaban posados: en Atenea riéndose con Jude. —Sabes, siempre te atrapo en la misma situación.

La miré y levanté una ceja.

— ¿En qué situación?

Los señaló con la barbilla.

—En tu tomando alcohol sin dejar de mirar como un psicópata a mi hermana y al chico de al lado—respondió, divertida—. La diferencia es que la otra vez era whiskey lo que bajaba por tu garganta.

Fruncí el ceño.

—Esto es muy distinto a la otra vez.

Negó con la cabeza.

—A mí me parece igual. La miras de la misma manera.

— ¿Qué quieres decir?—estaba un poco confundido.

Alba se colocó en frente mío y me miró con algo parecido a pena.

—La miras como si la quisieras tener pero no puedes. Lo cual es raro, pensando que hoy en día está bajo tu hechizo. Me pregunto qué parte de ti cree que no la tiene.

Apreté mi mandíbula. Esa era exactamente la mirada que toda mi vida trate de evitar: el anhelo.

—Creo que has leído muchos libros—fue mi respuesta.

Puso los ojos en blanco, y eso la hizo lucir muy parecida a Atenea.

—Y yo creo que tú tienes cosas que resolver. —Me sonrió un poco—. Pero venga, vamos con los demás. Se están preguntando por ti desde que entramos, y no puedo decirles que has estado acechando a mi hermana desde las sombras.

—Eso no es lo que...

— ¿Quieres que se los diga?—me desafió.

Negué con la cabeza.

—Diablos, Alba. Eres más parecida a Atenea de lo que imaginé. Siempre pensé que tú eras más suave, más tranquila.

Rio.

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