Capítulo 24: acuerdos...cuestionables

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CAMERON

Atenea estaba con los ojos muy abiertos y una expresión de horror en su rostro.

—Oh, diablos. No es lo que piensas—dijo y se levantó de la cama. Me quitó el celular de la mano y leyó el mensaje. Luego me miró y abrió aún más los ojos—. Mierda, Cameron, ¿no te enseñaron a no leer mensajes ajenos?

Yo estaba incrédulo. Acaso... ¿acaso había...? ¿Con Jude? Tuve que sentarme en el borde de la cama, porque ni siquiera podía pensar eso. Mi mente trataba de agarrar rutas distintas antes de llegar a la concusión más obvia.

— ¿Has...?—parpadeé—. ¿Que no es lo que pienso? ¿Y qué mierda es, Atenea? Pensé...pensé que con Jude solo eran amigos.

Ella tragó saliva y se agarró la cara con las manos.

—No puedo creer que este pasando esto—susurró y se sentó al lado mío en la cama. A diferencia de otras veces, toda su cara se encontraba ruborizada—. Yo...Jude y yo somos amigos. Sí. Solo amigos. Solo lo besé una vez en la fiesta esa de Xelta y luego nunca más. —Respiró hondo y miró al techo—. Pero hoy...hoy se apareció de sorpresa, y trajo vino, y una cosa llevó a la otra y...

Me levanté de la cama de golpe.

— ¿Hoy? ¿En serio?—la miré, incrédulo, y muy pero muy enfadado—. Sospechaba que cuando me abriste la puerta desnuda no era porque te ibas a bañar, pero jamás pensé que Jude era la razón. No lo puedo creer. Estabas con él...y luego entré...—la miré, horrorizado—. ¿Es que cambias de chico por minuto? ¿Es una puerta giratoria la que tienes aquí?

Frunció el ceño.

—No te atrevas—dijo, con tono amenazante y me apuntó con su dedo—. No tenía planeado que vinieras. Ni él tampoco. Y cuando apareciste aquí entré en pánico. Yo...

—Y lo echaste. A escondidas. Como si estuvieras engañando a alguien.

Respiró fuerte por la nariz.

—Por cómo estas reaccionando, pues lo parece—levantó las cejas—. ¿A ti que más te da? Tú y yo no somos nada. Es la segunda vez que nos besamos. No me digas que no has estado con otras mujeres desde la fiesta de mi hermano, Cameron, porque sería como afirmar que Santa existe.

No estaba enojado. Estaba furioso. De solo pensar que unos minutos atrás otro hombre había estado dentro de ella, recorriéndola, haciendo vaya a saber qué cosas...No podía pensar. No podía pensar con claridad.

—La diferencia, Atenea, es que yo dejo un tiempo decente entre chica y chica. No las cambio cada medio segundo—la fulminé con la mirada—. Estuvimos juntos la noche de las películas, por si no te acuerdas. Fue antes de ayer.

— ¡Y yo qué sabía que hoy nos íbamos a besar y a terminar así!—explotó, furiosa—. Me hablas como si nosotros hiciéramos esto siempre, Cameron—dijo y sacudió la cabeza. —Deja de hacerme sentir culpable por algo que no estaba en mis planes.

Asentí y agarré mi abrigo.

— ¿Qué haces?—preguntó, con el ceño fruncido.

—Irme.

Me dirigí hacia la puerta. Pero como un idiota, había olvidado lo cabeza dura que era Atenea, que no se rendía fácil y que iba a hacer mi vida imposible hasta que la escuche con atención.

Así que, me sorprendí y casi grito del susto cuando sentí que se abalanzó encima de mí y se colgó de mi espalda, con sus brazos y piernas apretujándome para no caerse.

— ¡Quédate quieto, Cameron!

Apretó más los brazos alrededor de mis hombros y me tambaleó de nuevo a un costado.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora