Capítulo 52: la dura realidad

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Un mes después

ATENEA

La nieve crujía cada vez que la pisaba y generaba un ruido rítmico que me daba paz. El campus nevado era un sueño, algo que jamás había visto. En San Francisco no nevaba hacía décadas, así que ya me había olvidado lo lindo que se veía todo de blanco.

Mi nueva universidad era Parsons. Jamás pensé que estudiaría aquí, pero cuando la vine a visitar supe que quería entrar en ella. Nueva York me había enamorado desde el primer instante en que la vi. Simplemente, necesitaba formar parte de la ciudad, con esa energía tan única y chispeante que tenía, con esos edificios que parecían sacados de una película de ciencia ficción.

Mi madre había movido varios hilos para que me dejaran entrar tan tarde y en el segundo semestre, y por suerte lo había logrado. Cuando por fin me había decidido por estudiar Artes plásticas en esta universidad, ya tenía todo planeado y organizado, así que no opuso mucha resistencia. De hecho, creo que mi hermana me cuestionó todo más que mis propios padres. Así que, aquí estaba. Ya era febrero, y había tenido varias clases que me encantaban.

También, había hablado con Dorothy antes de mudarme aquí para ir una vez por mes a California a llevarle mis cuadros y a tomar clases con ella, porque extrañaba los desafíos que me daba. George se había comunicado conmigo y el mes siguiente tendría mi próxima exposición allí, así que estaba contenta. Habíamos hablado sobre también exponer aquí en Nueva york y honestamente, la idea me aterraba y me entusiasmaba en partes iguales.

Por primera vez en días, estaba realmente feliz. Mi corazón estaba a punto de sanar por completo y nada podía opacar la alegría que sentía. Por fin, mi vida tenía un sentido y el camino estaba marcado. Además del cambio de universidad y de Estado, Alba me había creado una página en donde vendía ilustraciones y demás cosas. Por fin lo estaba haciendo, y había vendido más tazas, remeras, señaladores y posters de los que podía contar.

Doblé en la esquina de la calle y visualicé la residencia en donde me alojaba. Compartía habitación con una chica jamaiquina llamada Sara. Era muy agradable, pero todavía nos estábamos conociendo. No habíamos tenido la extraña conexión que tuve con Amber. Suspiré pensando en ella y en mis hermanos, los echaba mucho de menos. El día antes de mudarme hacia aquí me habían hecho una fiesta sorpresa, solo mis hermanos, Kim y Sophie, e inevitablemente todos se enteraron de lo que había sucedido con Cameron. No pareció sorprenderles, de hecho, pero nunca escuché tantas groserías en tan corto período de tiempo.

Ingresé en el edificio y subí a mi habitación. Estaba vacía, y no era sorpresa. Sara pasaba casi todo el tiempo con su novio, Aron, así que por eso no habíamos conectado mucho. La mayoría del tiempo me la pasaba sola, dibujando y completando tareas. La gente de aquí era amistosa, pero extrañaba lo cálidos que eran los californianos.

Dejé arriba de la cama mi gran mochila con las pinturas y los cuadernos adentro, y la carpeta en donde llevaba mis dibujos; me tiré sobre ella y miré mi lado de la pared, en donde estaba colgado un cuadro que pinté hace poco en una de las clases. Era un cielo estrellado, con estelas de luces de colores. Era una mezcla extraña entre auroras boreales y humo, que me parecieron únicas y hermosas. Lo había hecho pensando en mis emociones, como la profesora había pedido. Y mis emociones en ese momento, hacía unos quince días, habían estado todavía chamuscadas. Pero no había querido pintar algo tétrico y feo, así que traté de crear algo distinto y lindo. Todos los colores estaban entrelazados en entre sí, y eso reflejaba lo confundida que estaba, pero las estrellas le daban paz al cuadro, al igual que me la daban a mí. Y el negro de la noche...ese negro lo había pintado pensando en los ojos de Cameron.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora