Capítulo 15: la pintura como terapia

485 34 8
                                    

ATENEA

El cumpleaños de Thomas terminó el domingo a la noche, con su cara repleta de pastel. Del tercer pastel, mejor dicho. Porque cada día nos habíamos comido uno.

Sí, nos gustaban las cosas dulces.

Había sido un fin de semana agotador. Tanto física como mentalmente. Y, aunque no lo podía creer, cuatro días después, todavía seguía pensando en Cameron. Y eso que nuestros caminos no se habían vuelto a cruzar, y la clase que compartíamos juntos recién la teníamos mañana, viernes. Pero aunque seguía frustrada y enojada, la verdad es que todavía no podía creer que nos hubiésemos besado. Por todos los dioses, me había devorado. Después de tanto tiempo de esperar, la verdad es que había valido la pena. No me quería ni imaginar lo que sería en la cama...

— ¡Oh! Ese es un chico muy lindo. ¿Quién es?

La voz de mi profesora de arte me sacó de mis pensamientos un tanto impuros, y volví al presente. Un presente en donde, sin darme cuenta, había estado dibujando a...Dios mío.

—Es un conocido—dije y luego hice una mueca. —Casi somos amigos.

Dorothy (nos había obligado a llamarla por su primer nombre diciendo algo así como que no le gustaba la formalidad) me miró con una ceja arqueada. Su pelo, ya canoso por la edad, se encontraba recogido en una media coleta y le caía en suaves ondas por su espalda. Esperaba tener un pelo así cuando tuviera su edad. Parecía un jardín de nubes.

— ¿"Casi" amigos? Eso es extraño.

Tragué saliva y asentí. Volví a mirar el retrato y no pude evitar morderme el labio. Había pintado a Cameron, y ni siquiera había sido consciente. Era como si mis manos tuvieran vida propia.

El retrato no estaba mal. Era igual a los que tenía en la residencia, esos que había pintado cuando todavía vivía en San Francisco, pero este tenía algo...diferente. No podía notar qué era.

—Y dime, este amigo tuyo, ¿se llama Voldemort?

La miré, extrañada, y cuando abrí la boca para resoplar, su dedo señaló una parte del dibujo.

Largué una carcajada.

Claro, me parecía distinto porque olvidé pintarle su nariz.

— ¿Estas bien, Atenea? Es impropio de ti olvidarte de pintar algo tan...importante.

Me encogí de hombros. Dorothy era una de las mejores profesoras de arte que jamás había tenido. Esta era solo mi tercera clase con ella, pero la adoraba.

—Sí, estoy bien—respondí y me encogí de un hombro—. Solo estoy un poco distraída.

—Hm—se rascó una parte de la cabeza y me miró fijamente—. Creo que ya sé qué te haría bien—giró la cabeza al frente y gritó—: ¡Jude! ¡Mueve tu trasero para aquí!

Sonreí y me asomé por encima del atril para ver la cara de Jude luciendo confundida. Las cosas entre los dos marchaban bien, la verdad. Habíamos dejado atrás nuestro beso y la lectura de tarot de Amber, y simplemente nos comportábamos como amigos.

—Ahí voy—dijo Jude mientras se paraba y venía hacia nosotras. Tenía todas las manos manchadas con pintura.

Dorothy alternó la mirada entre nosotros dos, que la mirábamos curiosamente.

—Quiero que hagan un trabajo en conjunto.

Levanté las cejas y la miré, sorprendida.

— ¿En conjunto? ¿Quieres que le sostenga la paleta de colores mientras él pinta?

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora