Capítulo 34: ofrecimientos riesgosos

242 18 0
                                    

ATENEA

Unos ojos azules como el océano del mar me devolvieron la mirada. Su cara era pacífica, pero si abría la boca tendría unos dientes mortales. Deslicé mi dedo índice por el contorno de su oreja, para difuminar la pintura.

El lobo siguió mirándome con sus ojos penetrantes, como si realmente estuviera vivo. Como si realmente pudiera desatar el caos si decidía que yo no le agradaba.

—Este es tu mejor trabajo hasta la fecha.

Levanté mi mirada hacia Dorothy, nuestra maestra de pintura, y sonreí un poco. Tenía razón en que el lobo se veía demasiado bien, demasiado real, con matices que hasta parecía que la pintura tenía profundidad y uno podía simplemente meter la mano en ella y agarrarla. Pero no era mi pintura favorita ni de lejos. Mi favorita era la que había pintado de Cameron en la azotea, con las estrellas brillantes coloreando el cielo arriba suyo.

—Gracias. Me ha costado bastante, a decir verdad.

Le restó importancia con la mano.

—Tonterías, Atenea. Lo has hecho en dos horas. Tienes un gran don, jovencita.

—Gracias—respondí, feliz.

Jude asintió con la cabeza y se inclinó más hacia la pintura. Estábamos sentados uno al lado del otro, así que nuestros brazos se rozaron.

—Sinceramente, tengo miedo de que salga del cuadro y me coma—comentó Jude y frunció el ceño. — ¿Cómo rayos creaste esa expresión en sus ojos? Creo que esta clase de pintura me esta dando más pesadillas que buenos recuerdos—murmuró y volvió a su pintura, que era un pájaro gigante con las alas extendidas, volando sobre un campo verde y floreado.

Reí y negué con la cabeza.

—Tú no te quedas atrás, Jude. Tu pintura es realmente buena.

Ese día, Dorothy había venido a la clase con la propuesta de que pintáramos animales que nos representaran. No sabía muy bien por qué, pero el lobo de pelaje negro con esos ojos profundos se me había venido a la cabeza casi al instante. Así que, dos horas después, se desplegaba ante mí, sentado en un camino de tierra, en medio de un bosque calvo cubierto de nieve.

—Ambas pinturas son buenas—me corrigió Dorothy—. Por lo que les quería hacer una propuesta.

Jude dejó de pintar y la miró, al igual que yo.

—Te escuchamos—dijo.

—Hoy a la noche habrá una exposición de arte en un museo de aquí cerca, y quería saber si les interesaba presentar ambas pinturas. Pueden elegir si quieren venderlas o solo exponerlas.

Parpadeé y mis ojos se abrieron mucho. Jude lucía estupefacto.

— ¿Hablas en serio?—susurré.

Dorothy sonrió.

—Pues claro que sí. Yo nunca miento. Piénselo. Quiero una respuesta cuando termine la clase —. Se giró, con su pelo blanco rebotando en su espada, y fue a hablar con otros estudiantes.

Yo me quedé en silencio unos segundos, procesando todavía lo que había dicho. Porque una cosa era vender mis ilustraciones, las que hacía con la tableta gráfica (con la cual todavía no había ni siquiera empezado mi propia página ni había vendido ninguna) y otra muy distinta era vender mis pinturas hechas en cuadros. Saber que había un lugar para mí en el mundo artístico, tanto en lienzo como digital, provocaba que mi corazón temblara, diera volteretas y volviera a temblar. Porque nunca había pensado que tuvieran valor más allá de lo que me hacían sentir, que era demasiado. Cada vez que pintaba, el mundo desaparecía y me encontraba conmigo misma. Con mi felicidad, con mis miedos, con mis tristezas y alegrías. Y que el mundo sea capaz de apreciarlas también, me generaba ansiedad, porque eso...eso significaba que había una posibilidad de que hubiera una brecha, un pequeño lugar para mí en el mundo artístico.

Un lugar del cual no había pensado hasta recién. Un lugar que me hacía replantear todas las decisiones que había tomado hasta ahora. Sobre todo, si haber elegido estudiar cine era lo mejor para mí.

—Si tú lo haces, yo te sigo—dijo Jude—. Es obvio que la tuya se venderá apenas la coloques, pero qué va. Por lo menos podré ver eso.

Puse los ojos en blanco.

—Jude, ¿qué problema tienes con tu pintura?

—Ninguna. Es solo que sé lo que tiene más calidad. Y la tuya esta al máximo.

—Pero tu pájaro también tiene calidad—insistí.

—Lo sé, tranquila. No la estoy menospreciando. Solo estoy elogiando la tuya. Deberías agradecerme.

Suspiré.

—De acuerdo, gracias.

Se acomodó en la silla y soltó los pinceles.

— ¿Estas bien? Sueles ser gruñona, pero no cuando se trata de elogiarte.

Empujé mi hombro con el suyo.

—Lo sé, lo siento. Es que me ha tomado por sorpresa lo de exponer y básicamente me acabo de replantear todas mis decisiones.

— ¿Cómo cuáles?

—Como el hecho de...—Mi teléfono comenzó a sonar, interrumpiéndome. Lo agarré y atendí, lanzándole una mirada de disculpa a Jude—. ¿Hola?

—Hola, cariño. ¿Cómo estas?—respondió mi madre al otro lado de la línea.

Sonreí. Últimamente me estaba llamando bastante seguido, y era un poco extraño. Es decir, nunca fue una madre muy pegadiza, siempre me dejó mucho espacio. A veces, incluso, era demasiado.

—Estoy en clase de pintura, mamá.

—Oh, lo siento. Solo llamaba para saber cómo estabas.

Fruncí el ceño.

—Estoy muy bien, de hecho. Pero me parece un poco extraño que llames tan seguido para preguntarme lo mismo. ¿Estas bien? ¿Ha pasado algo?

Escuché que suspiraba.

—No, cielo. Es solo que me esta costando acostumbrarme un poco más a esto del nido vacío. Los echo de menos.

Mi corazón se enterneció.

—Yo también los echo de menos. Ya nos vamos a ver en las fiestas, queda poco.

—Lo sé, lo sé. Tu padre te manda un saludo. Cuídate, ¿sí? Nos vemos pronto.

Dicho eso, cortó y me quedé mirando la pantalla del celular, que ahora estaba negra.

— ¿Todo bien?—me preguntó Jude.

Asentí con la cabeza.

—Sí, es solo que mi madre esta actuando más amorosa de lo normal. No sé qué le pasa.

— ¿Piensas que es algo grave?

Suspiré.

—Sinceramente, no tengo idea.

— ¿Ya decidieron?—Dorothy apareció por detrás de mi bastidor, con sus cejas blancas arqueadas, en espera de una respuesta.

Tragué saliva. No lo había pensado, pero suponía que vender ese cuadro no era una gran diferencia con respecto a vender ilustraciones. Así que, miré a Jude, luego miré al lobo, y finalmente, di mi respuesta.

Esperaba no arrepentirme.

Miradas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora