Capítulo 1

68 2 2
                                    

Sweet Cake

Amaia, 19 años

Odiaba los viernes.

Bueno, en los últimos años, odiaba todos los días de la semana, aunque, este tenía algo que lo hacía destacar. Era la feria de recaudación.

Cada año, en mi universidad se la realizaba con el objetivo de juntar dinero para varias organizaciones benéficas, hasta ahí todo bien, me parecía una buena causa. Lo que me molestaba, era el hecho de que la realizaran en la tarde y se terminará hasta la noche.

Gracias a eso, no podría ir a visitar a mi madre en el hospital. Habría faltado con gusto a la dichosa feria, pero ella se opuso diciendo que sería bueno que cambiara de ambiente y me divirtiera con amigos.

Me arreglé lo más rápido que pude y busqué un par de zapatos debajo de la cama. Mientras me ataba los pasadores, levanté mi cabeza y el gran espejo de la pared me devolvió mi reflejo.

El rostro ovalado, tez pálida cubierta por algunas cicatrices producto del acné que tuve hace algunos años, mis labios agrietados debido a la falta de hidratación y ojeras pronunciadas que hacían lucir a mis ojos más apagados.

Por un instante, dejé que mis pensamientos divagaran, empecé a recordar y, al hacerlo, pude llegar a apreciar un ápice de la persona que fui.

Si tan solo...

Me detuve, ladeé mi cabeza y me puse de pie. Lo último que necesitaba era sumergirme en mis absurdos recuerdos.

«Bueno, no todos»

Peiné mi cabello para luego recogerlo en una coleta baja, alisé un poco mi abrigo morado y dejé mi habitación para dirigirme a la cocina.

Noté que mi padre aún no despertaba aunque, debió haberlo hecho hace media hora, eso me indicó que se levantaría apurado, con el tiempo justo para tomar un poco de jugo y correr a su auto para viajar al trabajo.

Al entrar en la cocina me topé con Emma, quien sonrió y dejó un plato de tostadas con mermelada frente a mi pequeño hermano. Thomas.

—Buen día, señorita —saludó Emma.

A pesar de que llevaba con nosotros cerca de un año y las veces en las que le había pedido que me llamara por mi nombre, no solía hacerlo.

Ella era una empleada que papá se vio obligado a contratar cuando mamá enfermó. Se encargaba de cocinar, mantener la limpieza de la casa y, sobre todo, cuidar de mi hermano.

—Hola Emma —salude mientras tomaba asiento en una de las sillas del comedor—. ¿Cómo amaneciste Tommy?—pregunté con dulzura al integrante más joven del lugar.

Mi hermanito se encogió de hombros y removió su comida.

—Bien —dijo con un tono de voz apagado.

—¿Te gusta tu tostada? —insistí en un vago intento de sacarle conversación.

—Ajá —respondió.

Decidí no presionarlo más y Emma me dio una sonrisa de ánimo mientras me servía el desayuno.

Tommy solía ser un niño muy risueño y hablador pero, con el tiempo y la difícil situación de la familia, cada vez era más complicado sacarle algunas palabras, más aún, una carcajada.

Desayuné en silencio y al terminar, lavé los platos mientras Emma alistaba a Tommy para llevarlo a su escuela.

—Anda, despídete de tu hermana —le instó Emma a mi hermano.

Anhelos ArrebatadosOnde as histórias ganham vida. Descobre agora