Capítulo 13

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Sorpresas

Amaia, 17 años

Mis padres no eran de dar regalos al azar, por lo general, solo lo hacían en ocasiones especiales como cumpleaños y navidades, por lo que encontrarme con una bicicleta blanca adornada con un lazo rojo en el jardín de mi casa, me sorprendió.

—¿Y esto? —pregunté.

—Es para ti —respondió papá.

Él estaba sonriendo mientras me observaba con ilusión, al igual que mi madre.

—¿He olvidado mi cumpleaños? —pregunté.

Mamá negó con su cabeza mientras sonreía

—Deja de bromear —dijo—. ¿Te gusta?

Me acerqué al regalo, desde el primer momento captó mi atención y no podía negar que me emocionaba.

—Sí, me gusta mucho —dije—. Gracias.

Me acerqué para abrazarlos y ambos sonrieron.

—Qué bueno, queríamos darte algo por finalizar tus exámenes —comentó mamá.

—Además, esto te ayudará a trasladar todos tus libros —dijo papá mientras señalaba la canasta que venía sujeta al manubrio de la bicicleta.

—No son muchos —me quejé.

Papá me dio una mirada cansada.

—Si lo son, hija.

Lo miré entrecerrando los ojos. Mamá se acercó a mí y me acomodó el cabello.

—Anda, vamos a almorzar —indicó—. Más tarde podrás salir a practicar, dentro de la canasta están varios implementos de seguridad.

Sin más que decir entramos a la casa, fui a mi habitación para dejar mi mochila, asearme y cambiarme de ropa. Al salir, me encontré con toda mi familia en la mesa por lo que me dispuse a comer junto a ellos.

...

Durante la tarde, cogí todos los implementos de seguridad y salí con la bicicleta para practicar a una calle aledaña que solía estar desierta. La bicicleta me había gustado y estaba muy agradecida con mis padres, el problema era que yo nunca había aprendido a andar en una. Ni siquiera cuando era pequeña, nunca pude desprenderme de las ruedas de apoyo.

—A ver, no puede ser tan complicado —dije mientras me subía y me acomodaba el casco.

Traía puesta toda la indumentaria necesaria para practicar un deporte de alto riesgo. Puse mis manos sobre el manubrio, respire profundo e impulsé los pedales con mis pies.

Avancé medio metro y me caí.

—¡Demonios!

Apoye mis manos sobre el suelo e incline mi cabeza hacia atrás. Al hacerlo, solté un grito de sorpresa al ver quién estaba detrás de mí.

—¿Por qué apareces así? —exclamé.

Leo me observo intrigado.

—Amaia, ¿Qué haces en el piso? —pregunto Leo.

—Tomando el sol —ironicé.

Él volteo los ojos.

—Sí, claro —dijo—. Dame la mano, te ayudo.

Él me impulsó para ponerme de pie. Después, sacudí el polvo de mis pantalones y brazos.

—Gracias, la verdad es que buena conductora no soy.

Anhelos ArrebatadosWhere stories live. Discover now