Capítulo 24

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Esperanza

Leo, 20 años

Los días en Trayvel pasaban más lentos, había estado en una infinidad de ciudades, no obstante, ese lugar siempre me había parecido que no avanzaba tan deprisa como el resto.

Vivía en Raulvill, uno de los lugares en los que las personas pasaban ocupadas y corriendo de un lado para el otro. Toda la ciudad estaba colmada de sitios para encontrar cualquier cosa que buscaras. Uno de sus grandes problemas era el transporte, era casi imposible conseguir un taxi por lo que los buses o el metro terminaban siendo tu salvación para llegar a tiempo. Todo ello, era un fuerte contraste con la tranquilidad que reinaba en Trayvel.

Nada había cambiado, las casas mantenían su color habitual, las calles poco concurridas y el leve susurro de voces de las personas que caminaban a los alrededores.

No me sorprendía.

Cada lugar tenía su esencia y el de Trayvel era la quietud, a pesar de que Amaia decía que nada le faltaba, yo siempre quise más. Desde el momento en el que pise la ciudad sabía que no quería quedarme, aunque el conocer a Amaia me había hecho reconsiderar esa idea.

Quizá habría funcionado si el problema por el que desee venir se hubiera resuelto pero, no fue así. Pensar en ello no provocaba nada bueno por lo que deje ese asunto de lado e ingresé a la casa.

Era elegante, tenía que reconocer que mamá sabia contratar a un buen equipo de remodelaciones, la primera vez que vi la foto me pareció el sitio más deprimente del mundo, sin embargo, no había nada que una buena pintura y decoración no arreglara.

Era extraño no encontrar a nadie, siempre había vivido con mi familia y en la universidad compartía el piso con dos compañeros: Gregory y Paul.

Nos llevábamos bien, aun así, durante vacaciones cada uno se iba a hacer lo que debía y no manteníamos contacto, a menos que ocurriera una emergencia o alguna fiesta exclusiva.

Me llevaba con mis compañeros de facultad y coincidía con algunos de otras, realmente no pasaba mal en la universidad, siempre podía salir con alguien y divertirme. Aun así, me gustaba pasar tiempo a solas, sobre todo si tenía que trabajar, quizá eran los rezagos de no haber estudiado con más personas durante mi niñez y adolescencia por lo que si necesitaba trabajar, prefería la soledad.

En pocas ocasiones diseñaba con alguien a mi lado y solo lo hacía en los talleres grupales o en parejas. Recordando aquello, fui a buscar mi maleta y guardé los materiales que necesitaría.

Me reuniría con Amaia en la tarde y consideré muchas opciones. Al principio pensé que rentar un auto y llevarla fuera de la ciudad para visitar la playa, creía recordar que tenía una foto en su habitación sobre eso pero, sabía que no confiaba tanto en mí como antes así que, lo más probable era que rechazara la idea. Un lugar concurrido no me parecía adecuado, quería que ella se desconectara y pudiera disfrutar sin presiones.

Debido a todo eso, pensé en sitios a los que llevarla, hasta que repare en el hecho de que no la conocía tanto como creía, si bien me había contado anécdotas de su vida y familia, sus gustos o aficiones los desconocía, lo única que venía a mi mente era que le gustaba bailar.

Salí de la casa y me encaminé al parque del final de la avenida. En el camino, vi que una de las casas estaba decorada con globos azules y plateados. Allí observe como varios niños cargando fundas y paquetes de regalos corrían alrededor del lugar, no cabía duda de que se trataba de una fiesta infantil.

Cuando llegué a mi destino, vi a Amaia sentada en uno de los columpios mientras se balanceaba y miraba hacia el suelo con expresión pensativa. Desde que volví, no la había visto sonreír.

Anhelos ArrebatadosWhere stories live. Discover now