Capítulo 32

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¿Deseos o impulsos?

Amaia, 19 años

Los días pasaban y eso dio inicio a las vacaciones en mi universidad, las cuales empezaban en noviembre y terminaban enero. Estaba aliviada, ya no tendría que preocuparme por presentar proyectos ni evaluaciones, además, la materia en la que creía que me quedaría y la había pasado con las justas gracias a un trabajo grupal y realizar un examen de mejoramiento.

El último día en la facultad siempre era lleno de emoción ya que todos hacían planes para celebrar.

—Amaia, ¿Quieres venir con nosotros? —me preguntó Kim.

Ella y un grupo de chicas de la clase de francés irían al cine y luego a una fiesta en casa de una de ellas.

—No puedo, tengo que trabajar—dije.

—Es cierto, había olvidado aquello y eso que Julian se pasó toda la semana quejándose por tener que trabajar durante las fiestas—dijo—. Bueno, creo que es el último día que nos vemos, mañana regreso a Louvril.

—Buen viaje y disfruta con tu familia —dije

—Gracias —dijo—Igual aún tenemos el grupo, tratemos de que no muera por vacaciones.

Sonreí ante aquello.

—Lo haré.

Este semestre me había vuelto más cercana a Kim, desde que me guió en la feria y tuvo el detalle de inscribirme en un stand la consideraba más. El grupo de francés fue lo que afianzó nuestra amistad, las reuniones de trabajo se sentían más como una salida con amigos por lo que disfrutaba pasar tiempo con ella y Julian.

A él lo veía en el trabajo, era una buena compañía y siempre me entretenía con sus ocurrencias, me hablaba de los videojuegos que tenía y que por más que me los explicaba nunca entendía del todo, estaba claro que adoraba a Kim e incluso había llegado a pensar que le gustaba.

Después de terminar de guardar mis cosas me dirigí al estacionamiento, cogí mí bicicleta y fui a casa.

Al llegar, me sorprendió ver a Leo cargado con dos fundas.

—¿Qué es todo eso? —inquirí.

—Amaia-maia —saludó—. ¿Qué tal tu último día de universidad?

—He aprobado todo.

—Bien por ti —me felicitó—. A propósito, ¿A qué hora empieza tu turno de trabajo?

—En dos horas, la señora Bill tenía una cita médica y no se confiaba de mí ni de Julian para manejar la tienda en su ausencia —expliqué.

—Ya te la ganarás —dijo—. Entonces, eso da tiempo a que tengamos un pequeño picnic.

Esa idea me emocionó.

—Sí, solo iré a dejar mi mochila y ya regreso.

Entre a casa, Emma estaba sentada en la mesa del comedor junto a mi hermano. Al parecer, intentaba hacer que coma sus verduras pero, él se negaba.

—Ya te faltan unas pocas —decía Emma.

Mi hermano observaba su plato con desagrado.

—Ya no más.

Me acerqué y me paré detrás de él.

—Debes comerlo todo, te harán crecer fuerte —dije.

Él negó.

—No quiero.

—He intentado de todo, hasta le prometí un dulce —dijo Emma.

Tommy no se dejaba convencer fácil, era terco por lo que cuando decía no, no había quien lo retractara. Aunque, recordé algo que podría convencerlo.

Anhelos ArrebatadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora