Capítulo 21

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Atinos y desaciertos

Leo, 20 años

Lo arruiné.

Fui consciente de ello desde que dejé a Amaia sin explicación, demostrando mi cobardía.

Verla después de tanto tiempo fue un golpe duro que, a pesar de tener mi visita programada, no impidió que varias emociones me golpearan.

Miedo, nostalgia, alegría y de alguna extraña manera, calma. Amaia siempre me transmitió calma. De seguro si le lo dijera, creería que estoy bromeando, al fin y al cabo, ella no era consiente de como su compañía me había ayudado en el pasado. Ella siempre me dio el apoyo y comprensión que necesitaba sin que ella se diera cuenta.

El recuerdo que tenía de ella era de alguien curiosa, habladora y optimista, aquella chica que me enamoró había cambiado. No podía culparla, antes de venir, me enteré de todo lo que había ocurrido posterior a mi partida.

El accidente de Melissa había salido en las noticias, recuerdo que quise buscar una manera de contactarla, no obstante, pensé que eso solo la alteraría más. Por otro lado, la situación de su madre era algo que supe gracias a que coincidí con un amigo que había hecho en Trayvel, él también asistía a mi universidad por lo que un día hablamos un poco y cuando me dijo todo lo que le había pasado a Amaia, sentí la necesidad de volver y ayudarla.

Perder a su mejor amiga y tener a su madre a expensas de un diagnostico que cada vez empeoraba más no debía ser nada a agradable. Era un calvario.

Sus cambios físicos eran notorios; estaba más delgada, la palidez de su piel ahora podía considerarse enfermiza y sus ojos que, a pesar de que ella consideraba que eran de un tono ordinario, para mí siempre fueron tan brillantes con un rayo de luz, estaban más apagadas que nunca. Un cruel reflejo de lo que el sufrimiento ocasionaba.

En cuanto a su personalidad, no podía decir mucho, era obvio que no esperaba que me recibiera con flores y halagos. Debía admitir que me comporte como un idiota, tenía miles de discursos preparados pero, todo aquello se esfumó y tan solo actué con imprudencia escondiendo detrás de absurdas bromas mi nerviosismo.

Como le dije no pretendía justificarme, actué mal y debía asumir las consecuencias. Yo era un muchacho que buscaba experimentar, Amaia llamó mi atención desde el primer instante, me permitió formar parte de su vida y vivir una historia de amor y, cuando creía que podía durar, se quebró. Bueno, yo la quebré.

No creía ser la madurez encarnada, que dentro de mi cabeza solo acudían frases profundas y reflexiones, eso sería falso. Consideraba que era alguien consciente del daño que produjo y que buscaba de una u otra forma apoyar a la persona que en su día amó.

Mi amistad y apoyo era algo que le debía y más aún, deseaba brindarle. Quería a Amaia, quizá ya no de una forma romántica pero, si de una manera en la que deseas lo mejor para aquella persona y si está en tus manos conseguirlo, luchas por ello.

No creía sentir pena. Si bien, me dolía lo que le estaba pasando, jamás actuaria con lástima y fingiría algo que no sintiera. Las personas debíamos ser claras y no cultivar falsas esperanzas para luego derrumbar con facilidad algo que, para la otra persona, era muy valioso.

Lo bueno y lo malo, lo dulce y amargo, forma parte de nuestra historia. Esperaba tener la valentía y coraje para tomar buenas decisiones.

Después de dejar a Amaia, volví a casa.

Esa propiedad pertenecía a mi madre, no obstante, a ella no le interesaba nada que tuviera que ver con la ciudad. Un tiempo intentó ponerla en alquiler, sin embargo, debido a las remodelaciones que se habían hecho, el precio de arriendo se incrementó y nadie estuvo dispuesto a pagarlo así que al final, la dejo en el olvido. Suponía que no la vendía porque quería tener una especie de seguro en caso de que llegara a necesitar dinero o un lugar donde vivir, ella siempre pensaba en el futuro.

Anhelos ArrebatadosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora