Capítulo 22

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La enfermedad

Amaia, 19 años

El ambiente en el hospital era frío.

No lo decía por el aire acondicionado que tenía sino, por la sensación que me atravesaba cada vez que llegaba a ese lugar y que no hacía más que incrementar mientras me acercaba a la habitación 224.

La habitación de mamá.

Me acomodé la capucha y metí las manos en el interior de mi abrigo morado. Llegué a recepción, una de las enfermeras que ya conocía no se molestó en pedir mi identificación, solo me saludó y regresó a su trabajo.

Caminé por un largo pasillo y cuando estaba frente a aquella habitación, tomé un respiro y practiqué mi sonrisa.

No quería quebrarme frente a mamá, a pesar del tiempo, era difícil verla en aquella habitación y sentir impotencia de no hacer nada más que esperar.

Abrí la puerta y mi mirada viajó hacía la camilla central. Unos ojos pasaron de la sorpresa a la dulzura mientras cerraba la puerta tras de mí.

—Hola, hija —saludó mamá—. Ven, no te quedes parada allí.

El quedarme estática no era algo nuevo. Desde que ella fue ingresada, cada vez que iba a visitarla, lo primero que hacía era dar un repaso de su aspecto; no sabía mucho de medicina ni tampoco tenía a la mano su historial clínico, sin embargo, podía notar como sus ojos lucían cansados, las ojeras oscuras que los rodeaban, la piel seca y las muñecas cada vez más delgadas.

Después de unos segundos, salí de mi ensoñación y me acerqué para darle un abrazo y un beso. Ella aprovechó y pellizcó una de mis mejillas.

—Hay que darle color a ese rostro —musitó.

—Mira quien habla —respondí.

Ella fingió no escucharme.

—¿Cómo te has sentido? —pregunté.

—Hoy ha sido un buen día —respondió.

Asentí ante su respuesta, en su situación todo se definía por días, unos buenos, otros no tanto y algunos horribles. Estos últimos, aunque habían sido escasos, no dejaban de causar tal impacto que me hacían pensar que sería la última vez que vería a mamá viva.

A ella le detectaron bronquiectasia, una enfermedad que se desarrollaba a partir de alguna infección o falencia médica como la neumonía. Los síntomas podían durar meses o incluso años, produciendo grandes cantidades de flema al día.

Mamá había tenido síntomas leves, al principio se le dificultaba hacer ciertas actividades físicas, el cansancio era evidente y muchas veces tenía ataques de tos que le impedían respirar. Aquello fue evolucionando con el paso del tiempo hasta dar como resultado su condición actual.

Según los médicos, la enfermedad no tenía cura pero, si un tratamiento que consistía en fisioterapia y fármacos por lo que había meses en los que podía pasar en casa aún con el tratamiento, no obstante, cuando empeoraba, estar internada era lo mejor.

—Vamos, cuéntame todo sobre tu feria —dijo mamá y volvió a captar mi atención.

Empecé a narrar, al principio traté de no profundizar demasiado, no obstante, mamá era de esas personas que le gustaba tener hasta el más mínimo detalle por lo que terminé contándole hasta de qué color eran los manteles del stand.

—Eso fue todo —finalicé.

Mamá me observaba de forma inquisitiva.

—¿No hay algo más que contar?

Anhelos ArrebatadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora