Capítulo 27

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Charlas de medianoche

Leo, 20 años

Había leído el mensaje a Amaia.

De acuerdo a nuestro último encuentro, no esperaba que quisiera verme. Habíamos discutido y le había dicho muchas cosas que le dolieron, sabía que no fue la forma adecuada ya que me deje llevar por la irritación del momento.

Estaba harto de su actitud y lo del acuario fue un detonante, aun así, el hecho de haberla dejado varada no fue correcto, podía haberle pasado algo y hasta donde sabía, no tenía medio de trasporte así que ignoraba como había regresado a casa.

Si ella había tomado la iniciativa, quizá significaba que quería arreglar las cosas o bien, terminarlas de una vez. En cualquiera de las opciones, estaba claro que necesitábamos aclarar la situación, esperaba que fuera con una charla tranquila y no en medio de una discusión.

Observé el reloj y vi que era cerca de medianoche por lo que ya debía salir, me acerqué a la mesa y cogí mi teléfono pero, estaba apagado.

Durante el día había conducido hasta una ciudad cercana para adquirir materiales e intentar distraerme, sin embargo, en el camino mi teléfono se descargó y había olvidado cargarlo puesto que, me dediqué a trabajar en un proyecto.

Para ahorrar tiempo, decidí dejarlo conectado. Al cabo de unos minutos la pantalla se iluminó y varias notificaciones aparecieron, las que más llamaron mi atención fueron las llamadas perdidas de Marie, tendría que llamarla en la mañana.

Sabía que si hubiera ocurrido algo grave la habría tenido en mi puerta o, en el peor de los casos, acompañada de mi madre.

Dejé mi habitación y bajé la escalera para salir a la fría noche. El camino a la casa de Amaia fue bastante tranquilo, aun había luces encendidas en las casas y en una se escuchaba música, debían estar teniendo una fiesta.

Al llegar a mi destino, seguí la misma rutina de años atrás, me acerque a la ventana de Amaia y por primera vez, resulté asustado.

—¿Qué haces allí sentada? —Pregunté en un susurro—. Me has recordado a cuando los fantasmas aparecen en las películas de terror.

Por lo general, cuando la venia a buscar ella estaba acostada y en pocas ocasiones dormida pero, esta vez estaba sentada en la silla junto a su escritorio mientras observaba con gesto serio a través de la ventana abierta.

—No sabía si vendrías —dijo.

—Claro que lo haría aunque, me sorprendió que me invitaras —dije—. ¿Saldrás o yo tengo que entrar?

Ella negó.

—Ya voy.

Se paró y se dirigió hacia su cómoda, de allí saco su ya desgastado abrigo morado, asumí que saldría por la ventana, como solía hacerlo, por lo que me preparé para ayudarla. Sin embargo, fue una sorpresa cuando la cerró y corrió las cortinas. Escuché pasos dentro de la habitación y unos minutos después ella estaba saliendo por la puerta delantera de su casa.

La observé, desconcertado.

—¿Y eso? —pregunté.

Ella se encogió de hombros.

—Ya no debo salir a hurtadillas.

—¿Te dan permiso?

—No lo diría de esa manera—dijo—. Mi padre no está en casa, quiso pasar la noche con mamá en el hospital y mi hermanito es de buen dormir.

—¿Qué pasa con la niñera?

—Ella solo está en casa hasta las ocho.

—Bueno, entonces no hay restricciones por esta noche.

Anhelos ArrebatadosWhere stories live. Discover now