Capítulo 25

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Terror marino

Amaia, 19 años

El silencio reinaba en casa.

Era sábado, debido a eso, Emma tenía su día libre. Papá y Tommy habían ido a un programa infantil que se realizaba en el centro, me preguntaron si quería acompañarlos pero me negué, por lo que estaba aburrida y decidí hacer algo más productivo que quedarme acostada y observar videos.

Me levante, me retire los lentes y  me até el cabello. Luego, cogí la cesta de ropa sucia para llevarla a la lavandería, al llegar a la lavadora y empecé a clasificar la ropa hasta que vi la última prenda y a la vez, la que más usaba. Mi abrigo morado.

Eso me recordó a la salida con Leo, él insistía en que me lo quitara para evitar el calor mientras que yo me negaba. Sabía que su intención era buena, no obstante, ese día había visto a mamá y su estado había empeorado por lo que no estaba con el mejor de los ánimos, además ese abrigo era la única prenda de la que me costaba desprenderme.

Hasta ese momento, no había caído en cuenta de lo dependiente que me había vuelto a esa pieza. El abrigo había sido el último regalo que mamá me dio antes de que enfermara, por lo que usarlo me hacía sentir más cerca de ella. Recuerdo que lo odiaba y pensaba que nunca lo usaría, aun así, era como si, al notar que me hacía falta, buscaba aferrarme a todo aquello que me recordaba a ella. No estaba muerta pero, el tener que depender de un diagnostico incierto era frustrante, cansado y, en ocasiones, desalentador.

Observé un momento el desgastado abrigo antes de meterlo con el resto de la ropa y programé la máquina. Tardaría varios minutos por lo que decidí volver a mi habitación, sin embargo, al pasar por la sala, escuche el sonido del timbre así que me dirigí a la puerta principal para abrirla.

Era Leo.

—Amaia-maia —saludo, mientras sonreía.

—¿Qué haces aquí? —pregunté.

—Vaya modales —dijo y resopló—. Venía a invitarte a un lugar. ¿Estás libre?

Desde la salida a pintar, él había venido a casa todos los días, por lo general solo salíamos a caminar o volvíamos con la pintura ya que, todos los lugares que me sugería yo los rechazaba. Pensé que ese día no se presentaría, pero me equivoqué.

—Hasta las seis, a esa hora voy a visitar a mi madre —contesté.

—Es tiempo suficiente —dijo—.Vamos.

—¿A dónde iremos?

—Es una sorpresa —dijo—. Antes de que digas nada, estoy seguro que esto será de tu agrado.

No estaba segura de que el supiera que me agradaba, no obstante, ya lo había rechazado muchas veces por lo que pensé que no sería malo aceptar.

—¿Debería cambiarme? —pregunté.

Estaba usando una blusa gris y unos pantalones oscuros acompañado de zapatillas deportivas. Él me observó y asintió.

—Así estás bien —dijo.

Confié en su palabra.

—Iré a buscar un bolso.

Fui a la habitación, guardé lo necesario y le envié un mensaje a papá para avisarle que no estaría en casa.

Al salir, tomé las llaves que estaban en el recibidor y aseguré la puerta. Leo me sonrió y avanzó hacia un auto plateado que estaba estacionado frente al jardín.

—¿Es tuyo?

—Lo alquilé, manejar me relaja y he pensado en explorar otras ciudades cercanas —explicó—. ¿Sabes conducir?

Anhelos ArrebatadosWhere stories live. Discover now