Capítulo 4

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Sentimientos

Amaia, 17 años

¿Por qué no dejaba nada en mi casillero?

Me detuve unos instantes y dejé todos los libros y cuadernos que llevaba en mis brazos sobre la acera.

Tomé un respiro mientras ataba mi cabello en una coleta alta, así ya no me molestaría. Hacía mucho calor y yo había tomado la gran decisión de usar un vestido de mangas largas con medias negras y botas.

No debía confiar en el pronóstico climático.

El colegio había terminado hace unos minutos, en otra ocasión Melissa me habría ayudado, no obstante, su madre fue a recogerla temprano ya que, tenía una cita médica. Regresé mi vista a la pila de libros y solté un suspiro, me incliné y los recogí.

Continúe mi camino y me detuve en un semáforo. Del otro lado observé que el desconocido, ahora Leo, me devolvía la mirada y una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Mientras que yo, de forma inconsciente, desvié la mirada.

El semáforo cambió de color y avancé. Él, por el contrario, se mantuvo estático en su sitio.

Al llegar a su lado, hizo una ligera inclinación con su cabeza.

—Amaia —saludó.

Elevé mi vista.

—Leo.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó señalando la pila de libros.

Mis brazos estaban por ceder, por lo que asentí de forma apresurada. Él tomó más de la mitad de la carga, dejándome más ligera.

—¿En serio necesitas todo esto? —cuestionó.

Me encogí de hombros.

—No todos, solo que prefiero llevarlos a casa, no quiero que me hagan falta —expliqué.

Había empezado ese hábito desde la vez en la que por confiada, había dejado mi libro de historia en la escuela y coincidió con un taller que envió la profesora. Completar aquel deber me había costado casi toda la noche y lo peor fue que me habría podido ahorrar todo ese trabajo, ya que al día siguiente, una de mis compañeras me dijo que todas las respuestas habían estado en una página del libro escolar. Desde entonces, más valía prevenir que lamentar.

—Supongo que es una desventaja de estudiar presencial —comentó Leo.

Le hice una señal y ambos empezamos a caminar.

—¿Nunca has asistido a una escuela? —pregunté con curiosidad.

—Solo cuando era pequeño, a lo mucho unos cuatro años —aclaró—. Desde entonces, recibo clases desde la comodidad de mi hogar.

—¿No extrañas estar en un aula? —pregunté.

A mi parecer, las clases eran más divertidas y llevaderas mientras estabas junto a tus compañeros, recibirlas desde una computadora no sonaba tan entretenido.

—Ya me acostumbre, además, no es que tenga muchos amigos —explicó.

Aquello me sorprendió.

—Y tú que pareces tan sociable —comenté.

Él sonrió.

—Eso no tiene nada que ver, si quiero integrarme en un grupo o acercarme a alguien lo hago, esas cosas se me dan bien —explicó—. Por otro lado, considerar tener confianza en alguien para considerarlo más que un simple conocido es más complicado, esas son las consecuencias de permanecer poco tiempo en un solo lugar.

Anhelos ArrebatadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora