Llegó la hora

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Empezaron un tercer día con la lluvia como compañera, esos tres días estuvieron encerrados en la cabaña ya que no podían salir, el suelo era lodo puro y el río estaba más grande que antes.

Lorena estaba tomando café caliente sola en la cabaña ya que nadie se despertaba aún. El sonido de alguien golpeando la puerta le llamó la atención porque nadie salió y no creyó que sea Stevenson, así que se puso de pie y abrió la puerta, para su sorpresa no había nadie.

-Lorena- susurró una voz de una mujer en su oído pero la chica no se movió-, llegó la hora.

Cuando la ojiazul se dio la vuelta para ver si había alguien se asustó el doble porque el lugar estaba vacío.

Sin pensarlo dos veces subió hasta su habitación, tomó el arco y la aljaba llena de flechas y salió al bosque bajo la lluvia; sus botas se mojaban cuando pisaba un charco, la campera quedó totalmente empapada, la lluvia no le permitía ver con tanta claridad, pero nada la detuvo.

Caminó con el arco listo para disparar a cualquier cosa que se moviera, una vez que notó que los árboles estaban más separados aminoró su marcha ya que sabía que el acantilado estaba cerca; al otro lado del mismo se podía distinguir un niño, era delgado, de cabello rubio, supuso que tenía no más de catorce años ya que la distancia no le permitía distinguir más rasgos.

Lorena le apuntó a la cabeza con la flecha que ya tenía en el arco, al niño pareció no importarle, en cambio, la saludó elevando la mano y sólo agitando los dedos. A la ojiazul le molestó eso así que suspiró preparándose para disparar, pero antes de soltar la flecha una raíces salían de la pared del acantilado formando un puente fino.

La chica bajó el arco y guardó su flecha en la aljaba para aprovechar y agarrar la daga que tenía escondida en la parte interna de la misma, dudó un momento pero avanzó dejando atrás la cabaña, cada vez estaba más cerca de aquel niño y eso le provocaba gran desconfianza, cuando por fin se encontró cara a cara con el mismo éste sonrió.

-Lorena Raybot- la nombró-, llegó la hora de que te vallas.

-¿Quién eres?- dijo y lo amenazó con la daga en el cuello-. No me importa que seas un niño, no dudaré en matarte.

El niño de ojos azules sonrió de lado y habló:

-No vas a matarme. Y baja eso, Adira me mandó a buscarte.

-¿Ahora?- preguntó sin bajar la daga.

-Sí, o si prefieres quedarte y morir…

Lorena dudó un momento antes de bajar la daga y tratar de guardarla, pero el niño extendió la mano y se la entregó.

-¿Alguien sabe que saliste?- interrogó pasando su dedo por el filo de la daga.

-No, ¿cómo explicaremos mi desaparición?

-Perdón, ¿tu qué?- dijo con sarcasmo-. No, cariño, tú estás muerta.

Instintivamente la ojiazul retrocedió un poco y el otro soltó una carcajada.

-¿Cómo? No puedo fingir mi muerte como si nada, no puedo hacerles eso, no sé cómo.

-No me hagas reír, Lorena- la chica bajó la cabeza-, eres una traidora con sentimientos, que ternura.

-No fingiremos mi muerte, eso arruinaría el plan- dijo y se acercó al niño que era sólo un poco más bajo que ella-, me vas a secuestrar.

[…]

Lorena y el niño estaban dentro de la cabaña y ninguno parecía preocupado de que alguien los viera.

-¿Al menos puedo saber quién eres?- dijo la chica mientras subían las escaleras.

Guerra de Elementos [#1]Where stories live. Discover now